Adrián Melis. Memoria Selectiva

ADN Galería presenta la exposición individual Memoria selectiva del artista cubano Adrian Melis, un conjunto de piezas que reflexionan sobre el concepto de la selección intencionada de los recuerdos, no sólo a nivel mental-psicológico sino también a nivel socio-político, llegando a filtrar, e incluso borrar, dichas evocaciones, sustituyéndolas por falsas memorias creadas a conveniencia. La censura y la reelaboración de contenidos se convierten en agentes fundamentales de construcción de nuevos discursos para generar nuevas realidades según intereses propios. Obras como Empty Page (2016-2017) reflexionan alrededor de este fenómeno, evidenciando una metodología y manipulación de contenidos adoptadas por políticas de postverdad.

Empty Page es una empresa con sede en Baden, Suiza, fundada por Adrian Melis. La empresa se dedica a adquirir y procesar información, datos y estadísticas online que hayan acusado a empresas o bancos suizos de llevar a cabo una actividad “cuestionable”: fraude fiscal, evasión de impuestos, blanqueamiento de dinero, etcétera. Empty Page se encarga de proteger la imagen de Suiza, su sistema financiero/bancario y su reputación, aplicando una estrategia de “damage control” (control de daños). Así, manipula, transforma, borra o cambia la información que comprometa la imagen del país, sumergiéndose deliberadamente a la manipulación de contenidos y al trabajo desde el absurdo tanto por parte de sus empleados como de sus potenciales clientes.

Adrian Melis nos recuerda que la corrupción es un fenómeno global por excelencia. La actual hegemonía de un sistema económico basado en la acumulación nos devuelve constantemente una imagen caracterizada, entre otras cuestiones, por el recuento sistemático de lo que se encuentra en contacto con ella. Así, los casos se convierten en innumerables, los datos económicos en indescifrables, el perjuicio a la res pública en incuantificable y la propia amalgama informativa, unida a la espectacularización propia del infotainment, se convierte en indiscernible. Según Roland Barthes, una comunidad idílica, utópica, se caracteriza por ser un espacio sin represión «es decir, sin escucha», donde se oiría pero no se escucharía y, por extensión, no se podría actuar en consecuencia. Cabe pues reflexionar acerca de nuestra relación con la corrupción desde la literalidad de lo que podría suponer pertenecer a una comunidad utópica, aislada y alejada de cualquier posibilidad de escucha.

En Omertà (2018), Adrian Melis recopila fragmentos de diferentes juicios e interrogatorios a políticos y funcionarios imputados por corrupción en España en los últimos 5 años. Los momentos seleccionados son aquellos en que tanto los jueces y letrados como los interrogados se mantienen en silencio. Sonidos de fondo como el micrófono, el ruido de las personas alrededor hablando en voz baja, personas tomando nota, páginas de documentos hojeadas, etc., son algunos de los sonidos que se pueden percibir en el transcurso del vídeo, con un trasfondo silencioso que de nuevo prueba su continuidad en el espacio que pertenece al espectador. La performatividad del silencio incluye el sonido de fondo –cuchicheos, interferencias y otros residuos sonoros en este caso– si aceptamos la conclusión elaborada tiempo atrás por John Cage en su propia cámara anecoica, que establece que el silencio absoluto no existe.

Tendemos a imaginar el acto de exponer como una forma de declaración a veces revolucionaria, un acto dirigido a elaborar el mejor ruido posible sobre el cimiento de un silencio que reposa. Cualquier revolución que se precie de ser tal necesita que sus imágenes resuenen y sean lo más elocuentes posible. En la década de los 90, en una Cuba Post-Soviética marcada por la falta de planificación gubernamental hacia la economía interna y la escasez de recursos, los cubanos se las arreglaron para sobrevivir al llamado “periodo especial”. Planificación encubierta (2018) relata la historia de Marta Teste, abuela del artista, y su particular mundo de supervivencia compuesto por un importante número de micro-empresas comunitarias, algunas de ellas propias de un imaginario surrealista, aplicado en el barrio de la Timba (Habana), donde ambos vivían después de la caída de la URSS. Mediante este recetario, se implicaron y lograron por momentos hackear la realidad comunista de su vecindario en la isla mediante la inserción de un sistema que, casi veinticinco años después, mantiene numerosas claves vigentes y podría ser reutilizable.

En la misma senda, The New Man and My Father (2015) reflexiona acerca de los eventos que marcaron un cambio en la historia de Cuba y sus nuevas relaciones con Estados Unidos. El vídeo consiste en una entrevista silenciosa con el padre del artista, Antonio Melis, criado en pleno auge de la Revolución, quien se enfrenta a las preguntas formuladas por Adrián en relación al envejecimiento del sueño revolucionario y a la posible llegada del capitalismo a la isla. La cinta aborda cuestiones sociopolíticas relacionadas con la idea de un posible “cambio” en la isla. Su padre no dice una sola palabra y evita contestar durante todo el vídeo. Un ambiente de silencio, incomodidad y múltiples expresiones ambiguas completan una entrevista fallida que denota la confianza del protagonista en el triunfo de la revolución y en la materialización de una utopía.

En distintas dosis y ángulos, está presente en las vidas de los Foley artists* de Anechoic Room (2017) y en las de otros de sus compañeros refugiados iraníes, sirios o afganos. Estas personas crean, a través de los efectos de sonido y su imaginación, la banda sonora de su viaje desde casa hasta su destino final, editando los sonidos reales en sonidos ideales que nunca existieron, creando una banda sonora de futuro según sus expectativas. Los Foley artists son verdaderos seres acusmáticos, encargados de codificar un paisaje sonoro que les une en la tragedia de sus huidas y que les acerca a una idea de comunidad temporal reunida tras el desastre. Anaechoic room es un intento más por reconciliar opuestos –lo mudo, lo sonoro– y hacer audible el silencio de manera que podamos escuchar lo innombrable, como en su día describió Thoreau.

Adrian Melis reúne en su trabajo ruinas de la utopía, sueños y pesadillas, acotadas por imágenes, líneas y muros visibles e invisibles, marcadas por la economía y sus efectos sociales. Las ha aproxiamado al bullicio cultural de un espacio para el arte, en apariencia una zona franca situada en medio de un destino geográfico y económico que se les niega a muchas de estas vidas. Quizá esta decisión nos haya permitido aproximarnos, al menos por un instante, a aquella máxima revolucionaria reclamada entre otros por Berríos y Jakobsen, que apostilla que la Exposición Revolucionaria va a transformar los salones del museo en lugares donde se puedan expresar asuntos reales del mundo real.

*Un Foley artist es el responsable de cualquier efecto de sonido que esté incluido en una película durante la post-producción para mejorar la cualidad del audio y crear una representación más clara y realista de la atmósfera de la escena, rellenando vacíos que no hay en la realidad a través de la reproducción de sonidos, desde pasos hasta respiración pesada, tráfico, pasar páginas del libro, crujidos de puertas, etc.

Texto procedente del dossier de prensa de la exposición.

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