Postura y geometría en la era de la autocracia tropical. Alexánder Apostol
Los proyectos de Alexander Apóstol (Barquisimeto, 1969) constituyen un análisis crítico de los procesos estéticos de construcción política en su Venezuela natal. Como otros artistas de su generación, que comienzan a exponer regularmente a comienzos de los años 90, hace de las herramientas artísticas de la fotografía y del vídeo elementos fundamentales de crítica de la representación, donde la cultura visual producida por el poder y por los medios de masas –con sus estereotipos, clichés, ocultaciones y propagandas– se convierte en el material fundamental para el trabajo del arte contemporáneo.
La aportación de su obra pasa por una contextualización singular de doble signo. Por un lado, la atención al modo en que la modernidad occidental trasplantada a su país consiguió cuajar como un mecanismo aspiracional, tanto en la clase trabajadora como en las élites económicas. La industrialización rápida que acompañó a la proliferación de la economía del petróleo fue paralela a un proyecto de país que abrazó el movimiento moderno como modelo, sin cuestionar ninguna de sus contradicciones. La obligada traducción a lo local, la vernacularidad de esa consigna moderna ha sido un trabajo de representación de varias generaciones, de sucesivos gobiernos y élites del país, promoviendo un ideal propagandístico alejado de la realidad social que ha tenido su traducción estética en sucesivas formas de abstracción geométrica. Apóstol opera sobre ese legado no sólo como fondo, al repolitizar su raíz constructivista, sino como figura, volviendo al objeto pictórico mismo, a la pintura de campos de color.
El otro aspecto crucial es la preocupación por la forma en que los poderes políticos han contribuido a la construcción de un modelo único de identidad patria para la producción de subjetividad en Venezuela. Las vías de desarrollo del país en los años 70, en paralelo a la conversión industrial con el auge de la explotación petrolera en lo que se llegó a llamar la Venezuela Saudita, se truncan en una crisis social continuada a partir de finales de los 80. A la memoria local dislocada por el régimen autárquico de la República Bolivariana, a su desfase en relación con la Historia, Apóstol lo dota de consistencia en los cuerpos sometidos por esos poderes y sistemas de control dictatorial. La épica identidad nacional, que atraviesa la era contemporánea en el país tropical, es reconstruida una y otra vez en diferentes series de trabajos, para demostrar una y otra vez sus consecuencias sobre las formas de vida. El cuestionamiento de los mecanismos de producción de identidad pasa fundamentalmente por el desciframiento de las representaciones de género, de etnicidad y de clase social, por legitimar en la imagen aquello recalcitrantemente desposeído, apartado por su condición minoritaria.
La obra de Apóstol corporaliza el discurso político venezolano pero desde una lumpenización. Explicaba Néstor Perlongher que barroquizar la lengua es un acto disidente donde se arrastra por el barro a la alta cultura para mezclarla con la cultura de la disidencia. La exclusión de la heteronorma, una suerte drag camp o de devenir trans, permite devenir contracultura. Como escribía Cecilia Palmeiro (en “Locas, milicos y fusiles: Néstor Perlongher y la última dictadura argentina”, 2011, p. 22) en un párrafo que podría aplicarse a Apóstol al completo: “Montaje de la voz que, conjugada con la lumpenización de la lengua, da como resultado el arma más violenta para la guerra de trincheras: una lengua emputecida (…), una venganza festiva respecto del dolor y la violencia, a la que se contesta con una violencia destructiva más furiosa, y con placer (…). Erotización de la política y politización del cuerpo se articulan en la construcción de una máquina de guerra: una poesía que hace máquina con prácticas corporales extremas y con una política queer que tiene como centro el nomadismo del deseo homoerótico, su voluptuosidad y exceso”.
Esta retrospectiva de media carrera es la primera exposición del artista en una institución en Madrid, ciudad donde reside desde 2002. Las nueve obras presentadas, algunas constituidas por series fotográficas muy amplias y producidas para esta exposición, dan cuenta de su producción en las últimas dos décadas –desde 2005 hasta el presente. La exposición ha sido concebida como un ensayo visual con múltiples facetas, donde priman precisamente las intersecciones y cruces entre piezas que antes habían sido mostradas de manera individual.