Minia Bibiany, Difé
«En mi práctica, el trenzado plantea la cuestión de los relatos entrelazados, se trata de poder poner palabras y alimentar un imaginario en el que contarse ocupa un lugar paradójico, entre la libertad y la rabia, entre el temor y la muerte».
En su obra, Minia Biabiany cuestiona la relación al territorio y al lugar partiendo del contexto caribeño y guadalupeño: su poética, su historia colonial, su presente como territorio dominado bajo asimilación. Su planteamiento artístico va acompañado de la concepción de herramientas pedagógicas en busca de aprendizajes autónomos y formas de habitar las tensiones de este territorio, de una continua sensibilidad hacia los lugares en los que se desenvuelve, así como de la puesta en diálogo de las diferentes voces que han señalado históricamente los procesos de colonialidad de la región insular que habita. En su práctica, tejer sirve de paradigma para pensar en las estructuras de la narración y del lenguaje que revelan una multiplicidad de modos de conocimiento, mientras que el dibujo en el espacio es una forma de interactuar activamente con la propia percepción. ¿Cómo está conformada la percepción del espacio por nuestra propia historia, tanto física como mentalmente? A la inversa, ¿cómo influye el espacio psicológico y mental en el espacio que nos rodea?
Titulada difé, «fuego» en criollo, su exposición individual en el Palais de Tokyo continúa con la instalación nocturna de la exposición colectiva Shéhérazade, la nuit. Materiales naturales, transformados o fabricados, realidades y ficciones, figuras y metáforas, se entremezclan y delimitan los espacios. Orientan tanto como restringen la circulación y la mirada, imponiendo una cierta lentitud a los cuerpos.
La exposición difé traza un itinerario entre figuras de plátanos de madera quemada y caminos de cerámica que forman un alfabeto frágil y móvil en la pared. El plátano evoca la historia de Guadalupe, su brutal explotación, sus monocultivos para la exportación y el actual ecocidio vinculado al uso de la clordecona, un pesticida utilizado entre los años 70 y 90 en las plantaciones con la complicidad del Estado francés, que todavía hoy envenena el suelo, el agua y a los habitantes. La presencia del fuego evoca un imaginario ligado a una tierra transformada por la actividad volcánica de la Soufrière, la voz de la lava que altera, extiende y transforma. Un fuego suave que carcome el silencio. Sobre la base de una arqueología personal que piensa el cuerpo como territorio de relación y en relación, la artista transforma un lugar real marcado por diversos acontecimientos traumáticos en un paisaje psicológico.
En la exposición colectiva Shéhérazade, la nuit, su instalación nuit despliega en el suelo el motivo del tejido tradicional de la nasse, un sistema de trampas que la artista asocia con la narrativa del territorio, con la voz del agua, del océano cementerio, que encontramos en el vídeo la longitud de mi mirada en la noche (2022). Suspendidas a diferentes alturas sobrepasando la altura del cuerpo encontramos unas esculturas cuyos recortes evocan formas orgánicas tanto como las características de la arquitectura tradicional guadalupeña. Las marcas del fuego sobre ellas dan testimonio de la violencia de su progresiva desaparición. Jugando con diferentes intensidades y ritmos a través de sombras en movimiento y esculturas orgánicas en madera y cerámica, la artista crea tenues acontecimientos en el espacio. Con una gran economía de medios y un trabajo más perceptivo que representativo, Minia Biabiany transforma en un paisaje insular imaginario, poético y político, las tensiones del entorno en el que vive. A través de tramas narrativas, sensitivas y materiales entrelazadas, examina las huellas del sistema esclavista y su actual situación colonial sobre los cuerpos y los territorios.