Eugenio Tellez, L’ombre de Saturne
La Maison de l’Amérique latine da inicio a su programación cultural de 2023 este 15 de febrero, haciendo un homenaje a la obra del artista chileno Eugenio Téllez (Santiago, 1939), con la primera exposición de gran envergadura en Francia.
Han pasado 16 años desde la gran retrospectiva hecha en el Museo de Bellas artes de Santiago (La sonrisa de Saturno, 2006). En esta ocasión, Téllez vuelve a reunir una cantidad importante de pinturas, collages, dibujos, grabajos y objetos realizados desde la mitad de los años 2000 hasta el presente.
Bajo el título La sombra de Saturno, la exposición parisina puede entenderse como una continuación natural de la retrospectiva santiagueña. Téllez se inspira de la figura de Saturno y de los mitos contemporáneos que alimentan su imaginario desde hace mucho tiempo.
Los visitantes podrán descubrir el trabajo de un artista que lleva más de 50 años excavando sin tregua los estratos y los intersticios de la historia para reconstruir los tejidos de la memoria, marcada con un tinte de desilusión.
«En la creación de formas sensibles, todo pende de la relación que se establece entre el espacio del cuerpo y el tiempo de la micro-historia, en cuya superficie, impregnada de las vicisitudes provenientes de los ácidos, el aceite, el grafito, el acrílico, el alquitrán, reposa también el dolor de la mirada. Así es como ha sido mi «política»: una búsqueda del destino material de las sombras vehiculadas por esta segunda mitad del siglo XX. La proximidad hacia la revolución en América latina y los conflictos mundiales que han marcado nuestras vidas han contribuido a darle a mi melancolía actual una forma remanente. El ángel de la historia se instala como un fantasma y abre el cauce de un campo imaginario habitado por ruinas y cadáveres. Yo pinto en el cauce abierto por los otros, de un continente al otro, llevando las marcas y los vestigios de las obras construidas en la superposición entre signos históricos, diversos, contradictorios, deformados, dejando lugar a imágenes reconocibles que se imprimen según un método mixto y desigual que articula el collage, el dibujo, el grabado y la pintura», dice Téllez.
Eugenio Téllez es un artista que escogió muy temprano trasladarse a la capital francesa para perfeccionar sus técnicas de trabajo, y a la que finalmente regreso para instalarse definitivamente al cabo de largas estadías en América del norte y del sur. Su llegada a París se produjo en 1960 a sus 21 años. En ese entonces comenzó a trabajar con el pintor y grabador inglés Stanley W. Hayter, fundador del célebre taller de grabados Atelier 17, frecuentado en la época por Alechinsky, Marcel Duchamp, Jacques Herold y Gino Severini entre otros. Fue su director asociado desde 1962. Esta colaboración tuvo una gran influencia en el desarrollo de su obra, que tiene la marca profunda y sofisticada de las técnicas del grabado. Inspirado por el Atlas Mnémosyne del historiador de arte alemán Aby Warburg, y por el entrechoque visual que provoca la superposición de imágenes, Eugenio Téllez aborda la historia en un sentido amplio, manipulando, decriptando y reorganizando las fuerzas en movimiento que nos absorben. Sobre el «Atlas» personal que ha construido, Eugenio Téllez dice: «resume de manera subterránea mi relación a la historia, a la literatura, y a los conflictos que me han marcado. Lo que pongo sobre mi mesa de trabajo es un material recuperado, y fotos tomadas al azar, en donde emerge la prueba gráfica de una gran catástrofe.»
El artista trabaja con los «lugares comunes» de la historia del siglo XX y contemporánea, las acciones traumáticas que le dan forma a una suerte de accidentalidad de los procesos por la que se modifica el estado de las cosas existentes. Su pintura es una pintura de la desilusión, a través de la cual reconstruye el efecto fantasmático de los acontecimientos que han conducido a diferentes movimientos sociales hacia un fracaso monumental, trastocando la imagen de sus experiencias. En este sentido, su pintura encarna a quienes han «perdido su lugar». Del mismo modo, los paisajes de sus pinturas son un homenaje a la desarticulación de la historia, y a la desarticulación de la pintura engendrada por aquella.
Fascinado por la iconografía de la guerra, Téllez se lanza al «ataque» de la materia pictural, según una maniobra destinada a preparar la superficie, como lo haría un litógrafo, como si a través de este acto quisiera preparar el bastidor para acoger la memoria materializada de los dibujos y de los escritos, con técnicas tomadas del cincelado, del grabado a punta seca y del aguafuerte. De este modo la tela se impregna en profundidad para volverse el soporte de lo que será depositado posteriormente en su superficie, donde se condensa un relato que puede ser comprendido finalmente como un «análisis de la situación concreta». A la manera de un «informe de campo», las pinturas de Eugenio Téllez dan cuenta del estado efectivo de las fuerzas cromáticas y gráficas que componen el relato de las catástrofes humanas.