Carlos Martiel, Tierra de nadie

“La única opción que he tenido ha sido usar mi cuerpo como medio y vehículo para denunciar problemáticas que no solo pertenecen a mí”

Carlos Martiel (Jérôme Sans y Laura Salas Redondo, Cuba habla, Rizzoli, 2019, p. 233)

Para Carlos Martiel el contexto lo es todo. Así es como llega con su performance “Tierra de nadie” a Galleria Continua, París. Específicamente este performance reflexiona sobre el impacto que han sufrido las poblaciones africanas y su diáspora, estas se vieron de manera involuntaria esclavizadas y sometidas a través de una violencia sistemática. Igualmente el hurto de sus tierras y el saqueo por las potencias mundiales. Desgraciadamente, las mismas que actualmente continúan sacando provecho económico de la miseria, división territorial, y las políticas rapaces creadas en la colonia.

La obra de Carlos Martiel parte de su propia historia, de su matriz, de su piel y de su identidad más íntima. Su obra es coherente y sólida, como lo son cada uno de sus músculos que se vuelven cómplices de sus presentaciones. Muestra con singular modestia esa otredad que busca revindicar los cuerpos oprimidos de las minorías haciéndolo desde su propia negritud y su homosexualidad.

El lenguaje de lo queer se potencia, se amplifica y muestra desde diferentes aristas, su trabajo polisémico, lleno de entresijos y una carga fuertemente política y universal. Su Cuba natal aparece y desaparece, y las preocupaciones globales lo hacen aun más rico e impactante. Intensificar la percepción de estas problemáticas a través de su trabajo es una de sus “luchas”, donde la ritualidad del cuerpo se va solidaridarizando en la mayor parte de los casos con los menos privilegiados. Denuncia las desigualdades y deconstruye el mundo de “los vencedores”. El uso de la sangre, tanto suya como de otrxs es otra de sus plurales características.

Recordar ahora la primera vez que me confronté con un performance de Carlos Martiel, durante la 10ma Bienal de La Habana en el 2009, adquiere un significado muy especial. Esto me hace remedar al estremecimiento de cada uno de sus gestos en mí. En un espacio donde esperaba, aún con la ingenuidad de estudiante de primer año de Historia del Arte, obras “cómodas”, bellas y complacientes que encajaran con mis presupuestos familiares y raciales; pero fue tan grande mi sorpresa al no encontrarlas. ¿Por qué ese joven alto, se mostraba ante nosotrxs desnudo lacerando su piel perfecta con una cuchilla? ¿Por qué allí? ¿Por qué auto-flagelarse? Carlos Martiel abrió mi caja de Pandora, hizo que miles de preguntas fueran y vinieran.

Hoy Carlos Martiel es un artista universal, un hombre empoderado que se desplaza libremente. Un intenso período lo llevó por varias ciudades de América del Sur en condiciones extremas, actualmente tiene como base Nueva York aunque sigue moviéndose intensamente por el mundo.

Muchas de sus obras analizan las grandes problemáticas de la trashumancia moderna, de la inmigración voluntaria e involuntaria, y critica la dura xenofobia de los grandes relatos que muchas veces él ha sufrido. Ritualizar el dolor le ha entregado un nuevo cuerpo, lo ha reconciliado con su voz más interna y con el ejercicio de la sinceridad corporal (Jérôme Sans y Laura Salas Redondo, Cuba Habla, Rizzoli, 2019, pág. 233). Otra búsqueda incesante en su obra es intentar romper con esquemas patriarcales, una suerte de catarsis contemporánea donde tristemente, la censura lo ha acompañado en numerosas ocasiones. Sus reflexiones sobre un amplio espectro de problemáticas sociales y sobre la propia condición humana atribuyen al trabajo de Carlos Martiel
una fuerte carga poética y filosófica.

En Carlos Martiel el desnudo pierde una parte de su sensualidad para volverse grito y reclamo. Como un tatuaje sobre la piel, muchas de las documentaciones de sus performances quedan como memoria de los minutos intensos que vive y nos hace vivir cada vez que se nos presenta en cada una de sus puestas en escena. Un aliento de reflexión y esperanza sinceras que nos hacen poner los pies en la tierra y olvidar el glamour que tantas veces se vive en el mundo del arte contemporáneo.

“Tierra de nadie” es el deseo de Carlos Martiel de apropiarse del espacio y proponer una nueva lectura de este y de las circunstancias que allí lo han portado. La preparación física y mental, el estudio y la complicidad del equipo son claves. Su cuerpo es su templo y con él se traslada sin cesar lleno de orgullo y dedicación.

Texto de Laura SALAS REDONDO, La Habana, diciembre 2021

Carlos Martiel es un artista nacido en 1989 en La Habana Cuba. Sus estudios artísticos fueron marcados fuertemente por la Cátedra Arte de Conducta dirigida por Tania Bruguera, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de Cuba. Un conocimiento profundo de su cuerpo y una entrega absoluta a su trabajo lo han llevado a perfilar una sólida carrera como performer a nivel internacional. Sus obras han sido incluidas en la 4ta Bienal de Vancouver (Canadá), en la 14na Bienal de Sharjah (UAE); 14a Bienal de Cuenca (Ecuador), en la 57ma Bienal de Venecia (Italia); en la 4ta Bienal de Casablanca (Marruecos), en “La Otra” Bienal (Colombia); en la 6ta Bienal de Liverpool (Reino Unido), en varias ediciones de la Bienal de La Habana (Cuba), por solo citar algunas. Ha merecido diversos premios como el Premio Arte Laguna (Italia) y ha participado en importantes residencias como en la CIFO (Cisneros Fontanals Art Foundation) dentro de su programa de Becas y Comisiones. El año 2021 ha sido un periodo muy activo a pesar de la persistencia de la pandemia. Entre sus performances podemos remarcar “Transfiguración (Monumento III)” en el Museo de las artes en la Universidad de Guadalajara (MUSA) en México, “Pink Death” en The Leslie-Lohman Museum of Art, “Monumento I” en el Museo del Barrio y el más reciente “Monumento II” realizado en el Museo Guggenheim, estos últimos en Nueva York.