Deja que la mano recoja
La práctica de Carlota Sandoval Lizarralde tiene su origen en cuestionamientos sobre la identidad, las fronteras, la pertenencia y la hibridez cultural, que evolucionan con los distintos países que atraviesa. Una “totalidad-mundo” que arrastra consigo objetos provenientes de Colombia, dispuestos en instalaciones, dibujos de paisajes exuberantes en pastel graso y performances que ofrecen una mirada crítica sobre ciertas prácticas persistentes de la francofonía en Colombia.
La ausencia de los seres queridos, de la vegetación abundante o el exterminio de las poblaciones indígenas son temas centrales en su trabajo. Los objetos tradicionales, despojados de sus usos originales, y los dibujos se nutren de estas identidades mestizas y, a menudo, fragmentadas.
En el marco de Drawing Now y de Printemps du dessin, la exposición Deja que la mano recoja pone el foco en sus dibujos. Presentados clásicamente en la pared, conformando una instalación o una escultura suspendida, estas obras ofrecen representaciones idílicas y coloridas de una vegetación saturada y de una flora compuesta. Absorben los paisajes de Colombia y están impregnadas de una estética pop.
El título, Deja que la mano recoja, sugiere un proceso de soltura y de dejar fluir: la mano que dibuja, acoge y recoge. Realizados en su mayoría sobre lienzos de gran formato, los pasteles grasos de Carlota Sandoval Lizarralde se construyen a partir de los recuerdos de los entornos naturales colombianos. Se conciben en un doble movimiento: entre la memoria viva del país de la infancia y adolescencia y la implicación física en su realización. Entre las reminiscencias de una conciencia aguda de la naturaleza, que la mano traduce, y el gasto energético del acto de dibujar, las obras se convierten en una suerte de «corteza memorial”. Las secuencias de trabajo que inducen son a la vez lentas y vibrantes, como los ciclos de florecimiento de la naturaleza.
Lo que emerge naturalmente en sus dibujos son montañas, rocas, plantas, conchas, gotas de agua, flores, estrellas, semillas, insectos. Sus escalas desproporcionadas nos sitúan en un nivel de inmersión casi fusionado y espiritual. La elección de colores vivos y vibrantes acentúa nuestra percepción de una naturaleza fértil y desbordante, pero también envolvente y protectora.
Una vez terminados, los dibujos sobre tela se suspenden en el espacio o se cuelgan en las paredes; se pliegan como sábanas cuando se guardan. Asumen su simplicidad doméstica a la vez que su despliegue monumental. Durante la concepción de la exposición, la idea de utilizar una estructura familiar para la artista, la de los mercados en Colombia, se impuso como otra manera de presentar los dibujos. En este contexto, las canastas de mimbre aparecen como pequeñas cápsulas de memoria.
Si bien es innegable que la implicación emocional, espiritual y afectiva es el detonante de la práctica del dibujo para Carlota Sandoval Lizarralde, sus soportes rara vez se sacralizan. Sobre papel, sus dibujos suelen ser rasgados, y los grandes lienzos pueden ser cortados para formar formatos más pequeños. Estos gestos de ruptura, asumidos por completo, evocan los procesos de transformación de la naturaleza, que ocurren en una alternancia constante entre continuidad y discontinuidad.
Texto de Maëlle Dault, curadora de la exposición
Traducción de Lupita