Twilight Objects
Texto curatorial de Aurélien Le Genissel
Últimamente pienso en el fin.
Quizás porque es ‘más fácil imaginar un fin al mundo que un fin al capitalismo’ [1]. Aunque el capitalismo parece imaginar muchos finales del mundo hoy en día, ya sea en The Road, El Colapso, Les Revenants, The Leftovers o 28 días después. Quizás no sea una casualidad.
Alguien dijo (y sino lo digo yo) que parecemos vivir en una época de constante catástrofe inminente. Y sin embargo siempre pospuesta. La era del suspense. El limbo del evento. Un persistente crepúsculo más parecido a la famosa serie de televisión que al ciclo de vampiros y hombres lobo. Seguramente más cercano al ‘reino crepuscular’ del que habla T.S. Eliot al intentar descubrir cómo ‘acaba el mundo’ en su famoso poema [2].
Como preparándonos para algo. Para el post. Quizás eso sea la vida, la eterna preparación de algo que nunca aparece. Y los objetos se han convertido en los mejores testigos de esta impresión, de ese suceso invisible, ese gemido sordo que sucede al gran bang. Así se presentan estos Twilight Objects, como reliquias de un mundo aún por acontecer o como profetas mudos de lo que llega. Son de la especie de los Odradeks, esos seres que ‘parecen no tener sentido pero a su propia manera perfectamente acabados’ [3]. Cosas que parecen no tener un propósito claro o uso aparente. Quizás Tsukumogamis, esos fantasmas centenarios de la tradición japonesa.
En la sociedad del consumo y la propiedad, han perdido su utilidad y hasta su valor de uso, por citar a Agamben. Parecen oponer su testaruda presencia. Parecen recuperar la negatividad esencial de la realidad. Son cosas, como diría Byung-Chul Han, en un mundo de compulsa información, comunicación y datos. Presencias cuya materialidad revela su potencial narrativo, despertando la ficción, reintroduciendo historias y lenguaje.
Pero discursos en los que los hombres han desaparecido; en los que solo quedan sus errores, sus recuerdos o sus gestos. Un fragmentado misterio visual que alude a las condiciones de producción, la repetición consumista o el imaginario antropocéntrico. Imágenes que juegan con la híbrida acumulación de lo visible, como esta fotocopiadora invadida por una forma natural de aires totémicos. O ese montaje de revistas antiguas que parece una mirada de ciencia ficción al pasado. ¿A quién va a servirle ese porta-llaves abandonado? ¿Quién ha doblado esta ropa que parece salida de un transporte caducado? ¿O esas sábanas blancas sacadas de una misteriosa habitación de hotel?
‘El objeto idéntico a sí mismo no tiene realidad’ decía Hans Bellmer en Petite anatomie de l’image. Quizás sea lo contrario. Quizás justamente la realidad de las cosas nunca sea tan grande como cuando dejamos de proyectar nuestros deseos en ellas. Siempre quedan las cosas cuando han pasado las personas. Despojadas de su pathos, las obras aquí presentadas desactivan la memoria, la sentimentalidad, la eficiencia, la poesía para volver a evidenciar la experiencia de su presencia. Son esas ‘flechas’ que ‘viene a punzarme’, como Roland Barthes define al punctum fotográfico, que rompen el continuo de su uso primerizo. Los objetos me vuelven a tocar – en el sentido francés de que una cosa me touche, me afecta, me emociona. Lo hacen con la incongruente asociación de lo natural y lo tecnológico, la deconstrucción del imaginario histórico o la profanación del utilitarismo.
Los objetos ya no dicen nuestros gestos -jugar, mirar, producir, doblar, representar. Por fin han escapado de su significado, de su utilidad, de su sentido. Son formas de presencia tan contingentes y esenciales como la naturaleza, como el propio mundo. Producciones liberadas de esas ‘marcas del tablero de ajedrez’ como las llama Rosalind E. Krauss [4], en el que ‘cada pieza tiene un valor que no es intrínseco’ sino que ‘deriva de un sistema de oposiciones entre su posición y la de todas las demás piezas del tablero’.
Aquí la vida parece haber escapado de su definición y ya no es ese “conjunto de
reglas que existe antes de que comience un juego y persiste después de cada movimiento”. El tablero ha desaparecido y solo quedan piezas de un rompecabezas sin solución, la imagen de algo sin referente. Un campo de acción sin potencial narrativo y ficticio. Un cuadro blanquecino en el que sobresale la trace, imperceptible y definitiva, de lo acontecido. Estas marcas son la grieta de la realidad, el vestigio de lo irreversible. Algo así como una vanitas de lo venidero. No sabemos si algo extraordinario ha ocurrido o simplemente el tiempo ha pasado. Quizás sea lo mismo.
Nunca he sabido ver la diferencia entre la foto de un atardecer y la de un amanecer.
Últimamente pienso en el fin.
Y todo fin da comienzo a algo.
- Mark Fisher, Capitalist Realism: Is There No Alternative?. Zero Books. 2009
- The Hollow Men. ‘This is the way the world ends. Not with a bang but a whimper’
- Franz Kafka. Las preocupaciones de un padre de familia
- Rosalind E. Krauss. The Optical Unconscious. MIT Press. 1993