La noche, el espacio y la intimidad. Entrevista con el fotógrafo uruguayo Pablo Guidali

Irene Valitutto
30/03/2025
Pablo Guidali, serie El lugar de los jazmines. Cortesía del artista

Encontramos a Pablo Guidali en su atelier en Marsella en medio del verano de 2024 para conocer un poco de su carrera y de su universo artístico. Pablo hace fotografía de carrete en la que explora lo urbano, el cotidiano, el error, el límite y la noche bohemia, tanguera, de fiesta, prestando una atención particular a las intimidades que se esconden en estos lugares (materiales e inmateriales).

Irene : Para comenzar esta entrevista, cuéntame cómo fue tu llegada a Francia.

Pablo: Yo estudié ciencias económicas en Uruguay y me paré dos exámenes antes de terminar. En medio de la carrera tomé un año sabático y me vine de viaje a conocer Europa y Medio Oriente con un amigo y ahí compré mi primera cámara. Tenía 20 años. Durante este viaje empecé a fotografiar. Volví a Montevideo, seguí con la facultad y me puse a hacer fotografía en un club de fotografía. El fotoclub es una dinámica muy de los años 60 y 70 en Uruguay. Los fotógrafos se reunían en clubes para tener un laboratorio donde poder revelar y copiar sus fotografías, y compartir su trabajo con los demás. En Montevideo era la única opción, porque no había carreras de fotografía, ni tampoco en Argentina.

A los dos años de comenzar mi práctica fotográfica me propusieron trabajar en una revista de interés general, un poco como Le Monde 2 en Francia. En esta revista ya trabajaba un fotógrafo que yo admiraba muchísimo, Leo Barizzoni, que después se volvió un gran amigo. Aunque no todos los temas eran de mi interés, acepté porque sabía que iba a ser una muy buena escuela. En realidad para países como Uruguay, donde no hay propuestas académicas, la prensa puede funcionar como una forma de escuela.

A mis 30 años hice una exposición en el Centro Cultural España, en Montevideo. Ahí apareció Frédérique Ameglio, la entonces agregada cultural de la Embajada Francesa, a quien yo ya conocía, y se puso a disposición para ayudarme si yo lo necesitaba. Yo le dije que quería irme a Francia, a la Escuela Nacional Superior de Fotografía de Arles. Comenzamos a trabajar juntos investigando las diferentes posibilidades, y me terminaron dando una beca del Gobierno de Francia para venirme a estudiar. Las condiciones eran que si yo lograba entrar a la escuela de Arles, la embajada me daba una beca para realizar una residencia para fotógrafos extranjeros ahí, y lo logré así que me fui a Francia.

Mi trabajo final de ese año en la Escuela de Arles fue el primer libro que edité, sobre el tema de las fiestas (Fiesta y la mar en coche, Ediciones CDF, Montevideo, 2010). Dos años más tarde pasé el diploma de la escuela mientras trabajaba ahí como asistente pedagógico.

Pablo Guidali, serie El lugar de los jazmines. Cortesía del artista

Irene : ¿Y después de terminar el diploma, qué hiciste para seguir desarrollando tu carrera en Europa?

Pablo: Después del diploma me mudé de Arles a Marsella porque quería trabajar sobre esta ciudad. Estaba muy seducido por ella. Cada vez que venía a Marsella era como una bocanada de aire gigante. Sabía que tenía dos años seguros de paro, unos fondos para la creación del departamento Bouches-du-Rhône (que no era un monto que pudiera financiar un proyecto como ese, pero en esa época para mí todo era increíble) y entonces podía permitirme pasar dos años fotografiando Marsella. Este trabajo se convirtió después en otro libro (Mars, Editorial La Luminosa, Buenos Aires, 2017). En ese momento, estaba comenzando a interesarme en distintas ciudades como tema para mi trabajo. Más tarde, con el tiempo fui entendiendo que lo de la ciudad era una forma de darse un lugar sobre qué trabajar, es como una forma de ordenarse, nada más. Como tener un territorio y un tiempo, un marco.

No es que no me interese en general, tengo intereses muy concretos en distintas ciudades, pero en mi práctica artística no me interesa el documental en sentido estricto: no quiero mostrar, no quiero aseverar. Mi trabajo es más bien como una reflexión sobre mi relación con mi cotidiano y con las cosas que me cruzo en la calle, una relación con el accidente. Y en esa época justo estaba como en un momento de mucha báscula hacia ese lado, porque en realidad, cuando vos mirás las artes, hay una forma de dividir las diferentes disciplinas entre catárticas y miméticas. Las catárticas son todas las que vendrían del interior y las miméticas son todas aquellas en las que predomina la copia de lo real. Y lo curioso de la fotografía en realidad es que, por definición, es súper mimética. Cuando una persona hace dibujo o hace escultura o pintura necesita de un dominio técnico importante para poder llegar a una copia de la realidad. Y esa copia de la realidad, la fotografía te la da de base. Y en ese momento, yo empezaba a moverme de ese lugar mimético en búsqueda de otras cosas. Yo venía de un registro muy documental, donde se necesita lo real y se evita el movimiento, la deformación, la pérdida de la definición, y todo aquello que nos aleja de una estética realista. Pero yo quería ir más hacia el lado de la abstracción, que en ese momento me interesaba mucho, como una forma justamente de ficcionar, de alejarse de lo realista, de la afirmación, buscando un registro más evocativo, más poético.

Irene : ¿Empieza entonces un momento de reflexión y experimentación en la búsqueda de tu estilo actual?

Pablo: Sí, saqué fotos en Marsella entre 2011 y mediados de 2013, buscando más mi forma y el libro sobre este trabajo se publicó en 2017. Hacer este libro fue un gran desafío para mí. Me llevó mucho tiempo armarlo. Y entre otras cosas el gran problema era que había fotos en los dos tipos de registros estéticos. Entonces me costaba mucho encontrar una línea narrativa.

Hoy lo que realizo principalmente son fotografías de gente, animales, arquitectura urbana, objetos, naturalezas muertas de la calle, y como lo comentaba, mi trabajo tiene mucho que ver con el accidente: con cosas que en un momento se quiebran o se caen. Para mi fotografiar es como caminar, lo que tiene algo muy territorial: caminás, caminás y en realidad estás buscando que algo se caiga, que se desvele. Hay un extracto de un texto de Cortázar que utilicé en mi primera muestra y que ilustra de una manera preciosa ese suceso:  “… Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia…”

Trabajando en Marsella, empecé a tomar decisiones sobre mi manera de fotografiar. Decidí dejar de utilizar varios lentes, y desde entonces fotografío con dos cámaras que tienen la misma óptica. Al mismo tiempo, decidí dejar de utilizar el flash y comenzar a fotografiar con la luz existente, y con el tiempo que se necesite. Entonces, si tengo que fotografiar 15 segundos, lo hago a mano, con el movimiento y las consecuencias estéticas que tenga. Por ejemplo, fotografío mucho a mis hijos durmiendo, y a veces una foto toma 30 segundos, tiempo en que ellos se pueden mover obviamente también. Y hago esto porque me interesa trabajar con ese movimiento y me gusta integrar la aceptación de los límites en mi práctica. Pasa mucho que la gente te dice “yo me quiero comprar un zoom, porque quiero poder hacer todo”, y a mí al contrario me parece interesante asumir los límites que tiene la disciplina y estar fotografiando en una línea bastante frágil. Eso se refleja por ejemplo en mi manera de fotografiar en la calle: siempre estoy a más o menos 70 centímetros de la gente, y eso me pone a mí en un estado de riesgo, de incomodidad, que es un poco lo que busco. Y la técnica también, cuando decides aceptar este desafío, entra en un estado diferente, que para mi necesita de otra postura al momento de fotografiar.

Entonces en esta época, entiendo que lo que me interesa es trabajar de esa forma que para mí es más frágil, mucho más tangible, y que de alguna manera, necesita una forma de equilibrio diferente.

Cuando tomo estas decisiones llego a Madrid con una beca de un año de la Casa de Velázquez, en 2013, y en esta ciudad salía como en Marsella a sacar fotos unas ochos horas al día. Era la misma idea de darse un marco para seguir desarrollando esa forma de trabajar.

Pablo Guidali, serie El lugar de los jazmines. Cortesía del artista

Irene : ¿Y qué pasó después de Madrid? 

Pablo : Volví a Marsella con la idea de conseguir un taller para poder seguir trabajando en mis proyectos. Pensé inocentemente que después de haber tenido una beca como la de la Casa de Velázquez debían poder surgir nuevas oportunidades que me permitieran seguir desarrollando mi trabajo. Pero volviendo de Madrid pasé dos años mandando candidaturas y presentándome a distintos fondos, sin recibir una sola beca. En ese momento se volvió muy claro para mi que los validadores, los premios, las becas, y demás, hay que tomarlos siempre con muchísima relatividad. El mundo del arte es muy áspero: sabes que tenés que hacer muchas proposiciones, candidaturas para ganar una. Recuerdo que en un momento armé un dossier para un proyecto que tenía desde hacía un tiempo, una candidatura que para mí no tenía ni más ni menos valor que las anteriores que había hecho, y la mandé a la DRAC y a la Fondation des Treilles, y gané las dos, sin entender cuál era la diferencia con lo que venía haciendo. A partir de entonces, dejé de tomar en cuenta los resultados de esos “validadores” como una forma de evaluar mi propio trabajo.

Irene : ¿Y qué hiciste en esos 3 años entre la residencia en la Casa de Velázquez y la obtención de esas nuevas becas?

Pablo : Seguía trabajando en mis proyectos todo lo que podía. Pasé un momento personal duro también, pero durante el cual pasaron cosas importantes en el ámbito laboral: cuando vuelvo de Madrid, Hélène Detaille, la propietaria de la galería Detaille (en Marsella), con quien ya había expuesto el trabajo que había hecho en las calles de Marsella en 2013, me llama y me propone hacer una exposición en su galería, en la que me da “carta blanca”. Me dice que olvide los proyectos y que muestre mi universo personal. 

Esta exposición es una etapa importante también porque, para componer mi universo, empiezo a mezclar el trabajo que hice en varios lugares, y me siento súper cómodo en hacerlo: ya podía mezclar geografías y salir de los límites que me había dado. Así que me di cuenta que lo de las ciudades es un marco que necesitas para trabajar, pero nada que ver con el proyecto artístico, es una forma de ordenar para no perderte, para poder pedir fondos, etc. Pero no tenía forzosamente que ver con mis motivaciones. Y esto de alguna forma me abre a un nuevo cuestionamiento sobre qué es lo que estoy fotografiando en realidad, y el intento de entender el por qué.

En el mismo periodo, pensé empezar a hacer un doctorado de creación en la universidad D’Aix con la Escuela de Fotografía de Arles. Así que para presentarme al llamado, intenté estructurar un poco el pensamiento sobre mi trabajo, y entender mejor qué es lo que estoy fotografiando, y de esta reflexión y toma de conciencia, surge el trabajo que estoy haciendo desde hace años. Me doy cuenta que lo que hago cuando fotografío es construir un universo visual que es al mismo tiempo un acto de resistencia frente a la realidad. Yo trabajo con un pie anclado en la realidad, en la calle, y no modifico nada en post-producción, pero salgo del mimetismo, integrando los errores, los desbordes, los quiebres. Con esta forma de fotografiar siento que estoy escapándome de esa realidad, la estoy deformando, para no dar datos que la vuelvan reconocible. Pero al mismo tiempo, estoy muy arraigado en esa realidad, parado en la calle, viviendo las cosas, mojándome en eso. Esta postura tiene mucho que ver también con mi timidez, con mi distancia. Para mí la fotografía tiene mucho de distancia y la distancia tiene mucho que ver con el equilibrio en mi práctica. Hace que te preguntes ¿hasta dónde puedes ir, hasta dónde te puedes permitir, en qué momento rompes este equilibrio?

Hacía tiempo que quería reducir mi distancia de fotografiar, pero al mismo tiempo en la calle no podía reducir más. Estaba ya fotografiando a la gente muy de cerca y para mover esta distancia necesitaba su acuerdo. Yo tengo una timidez muy grande, y sabía que pedir el permiso de la gente iba a modificar ese lugar de incomodidad que a mí me trae la calle, ese lugar de equilibrio siempre al límite de romperlo, que yo necesito para trabajar. Entonces empecé a preguntarme a cuál distancia mínima podía trabajar, y surgió que la distancia mínima en la que puedes estar con alguien es la intimidad, o sea, cuando entras en la intimidad del otro. Ahí entendí que no puedes cruzar esta línea en la calle para acercarte, porque vas a romper ese espacio de distancia. En el caso de la intimidad, se trata de una distancia física pero también psicológica, algo así como lo más cerca que puedes estar de alguien. Es un poco como el orgasmo, cuando tenés sexo con alguien, porque ahí hay un derrumbe de todas las posturas. Y yo me planteé buscar esto. 

Para mí era dificilísimo, era casi como una pelea conmigo mismo, pero empecé a trabajarlo. Empecé a fotografiar mucho de noche y empecé a hablar con gente, hasta que tuve mis primeras fotos en espacios de intimidad.

Pablo Guidali, serie El lugar de los jazmines. Cortesía del artista

Fue muy complicado llegar a las primeras fotos, me expuse con una pareja un día. Empecé a trabajar en la noche, a veces hasta muy tarde ya en la mañana, hasta la hora que fuera, en las milongas, en los bares, en la calle, sobre todo de Uruguay, pero también en Francia, en Roma y en Buenos Aires cuando podía. No necesitaba un lugar específico, pero conozco lugares en los que trabajo mejor. En realidad, lo que empecé a hacer fue agarrarme de derivas que surgen en la noche, conocer gente, irme con ellos, seguir la noche, compartir e intentar entrar en esa intimidad. Y todo empezó con una pareja a quien saqué una foto dándose un beso en un bar de Montevideo. Empezamos a hablar, ellos entendieron mi proyecto, y yo tenía un lugar para fotografiar en esa época, como un local grande y lindo donde podía ir a la hora que quería. Entonces esta noche misma, fuimos por ahí, llegamos, y a los 15 minutos estaban desnudándose, estaban cogiendo, y yo estaba haciendo fotos. Fue muy sorprendente todo. Son gente que viene del mundo del teatro alternativo, eso seguramente en algún lado ayudó. El año siguiente vuelvo a Uruguay con las fotos, les dejo elegir algunas y les pido que hablemos. Y hasta cuando elegían fotos era increíble: eligieron las que para mí eran las mejores, con mucha sensibilidad que no es nada banal de alguien que no haga esto de profesión. 

Para este proyecto intento seguir haciendo fotos de calle, y otra parte de las fotos las hago en ese marco de intimidad, donde me cito con gente, hablamos del proyecto, y acordamos un momento para fotografiarlos, puede ser en sus casas, o bastante seguido en hoteles. Seguir con esto fue particular, porque es muy difícil decirle a alguien que vos le querías fotografiar en sus momentos de intimidad. Es una mirada que puede ser percibida como súper invasiva porque evoca la mirada que tienes sobre ti mismo, sin filtros, sin posturas. Igual me ayudó mucho tener ese primer grupito de fotos (tras ese primer encuentro con la pareja en Montevideo) que fue bastante consecuente. Esto me permitía ir a hablar con la gente, mostrándoles las fotos que ya había sacado y así proponerles una sesión. Y después fue sucediendo. Este proyecto se llama El lugar de los jazmines y sigue en proceso actualmente.

Irene : Hablemos ahora de cuáles son tus nuevos proyectos. 

Pablo : En la parte laboral, hace cuatro años me volví docente en el ISDAT de Toulouse. Estoy vinculado también a la Escuela Nacional Superior de la Fotografía de Arles, donde dicto talleres técnicos desde hace más de diez años.

Hace dos años que estoy representado por la galería VU’, que tiene un proyecto que me interesa mucho, y desde entonces estoy trabajando con ellos. Es un gran privilegio tener una galería así como vitrina, y espero poder trabajar con ellos sobre varios proyectos en el futuro.

También estoy muy metido en un proyecto de casa/taller que estoy construyendo en este momento. La idea es tener un lugar donde poder recibir gente en residencia, hacer talleres e invitar a otros fotógrafos para que hagan talleres también. En mayo que viene recibo al ganador o la ganadora del premio Mandelo, organizado por la embajada de Francia en Uruguay con el Centro de Fotografía de Montevideo. Esta persona se va a quedar conmigo dos meses, en residencia, y yo me encargo del acompañamiento pedagógico del proyecto que se realice.

En la parte de proyectos personales, necesito encontrar tiempo para terminar El lugar de los jazmines. Me gustaría poder terminarlo pronto, y hacer un libro.

Pablo Guidali, serie El lugar de los jazmines. Cortesía del artista


Version française

La nuit, l’espace et l’intimité. Entretien avec le photographe uruguayen Pablo Guidali

Entretien réalisé par Irene Valitutto

Nous avons rencontré Pablo Guidali dans son atelier à Marseille au milieu de l’été 2024 pour parler un peu de sa carrière et de son univers artistique. Pablo fait de la photographie argentique de l’urbain, du quotidien, de l’erreur, de la limite et de la nuit bohème, tanguera, festive, en accordant une attention particulière aux intimités qui se cachent dans ces lieux (matériels et immatériels).

Irene : Pour commencer, raconte-moi, comment es-tu arrivé en France ?

Pablo : J’ai étudié l’économie en Uruguay et j’ai arrêté deux examens avant de terminer. Au milieu de mes études, j’ai pris une année sabbatique et je suis parti voyager pour découvrir l’Europe et le Moyen-Orient avec un ami, et c’est là que j’ai acheté mon premier appareil photo. J’avais 20 ans. Pendant ce voyage, j’ai commencé à photographier. Je suis retourné à Montevideo, j’ai continué mes cours à l’université et je me suis mis à faire de la photographie dans un club photo. Le photo-club est une dynamique des années 60 et 70 en Uruguay. Les photographes se réunissaient dans des clubs pour avoir un laboratoire où pouvoir développer et tirer leurs photos, et partager leur travail avec les autres. À Montevideo, c’était la seule option, car il n’y avait pas de formations en photographie, et il n’y en avait pas en Argentine non plus.

Deux ans après avoir commencé ma pratique photographique, on m’a proposé de travailler pour un magazine d’intérêt général, un peu comme Le Monde 2 en France. Un photographe que j’admirais énormément, Leo Barizzoni, qui est ensuite devenu un grand ami, travaillait déjà dans ce magazine. Bien que tous les sujets ne m’intéressaient pas, j’ai accepté ce poste car je savais que ce serait une très bonne école. En réalité, pour des pays comme l’Uruguay, où il n’y a pas de propositions académiques, la presse peut fonctionner comme une forme d’école.

À 30 ans, j’ai fait une exposition au Centre Culturel Espagne, à Montevideo. C’est là qu’est apparue Frédérique Ameglio, alors attachée culturelle de l’Ambassade de France, que je connaissais déjà, et qui s’est mise à disposition pour m’aider. Je lui ai dit que je voulais partir en France, à l’École Nationale Supérieure de la Photographie d’Arles. Nous avons commencé à travailler ensemble en explorant les différentes possibilités, et j’ai fini par obtenir une bourse du Gouvernement français pour venir étudier ici. Les conditions étaient que si je réussissais à entrer à l’école d’Arles, l’ambassade me donnait une bourse pour réaliser une résidence pour photographes étrangers en France.

Mon travail final de cette année à l’École d’Arles a été le premier livre que j’ai édité, sur le thème des fêtes (Fiesta y la mar en coche, Éditions CDF, Montevideo, 2010). Deux ans plus tard, j’ai passé le diplôme de l’école, tout en y travaillant comme assistant pédagogique.

Irene : Et après le diplôme, comment as-tu continué à développer ta carrière en Europe ?

Pablo : Après le diplôme, j’ai déménagé d’Arles à Marseille parce que je voulais travailler sur cette ville. J’étais très séduit par elle. Chaque fois que je venais à Marseille, c’était comme une énorme bouffée d’air.

Je savais que j’avais deux ans assurés de chômage, et des fonds pour la création du département des Bouches-du-Rhône (ce n’était pas un montant qui pouvait financer un projet comme celui-là, mais à cette époque, pour moi, tout était incroyable) et donc je pouvais me permettre de passer deux ans à photographier Marseille. Ce travail est devenu plus tard un autre livre (Mars, Éditions La Luminosa , Buenos Aires, 2017).

À ce moment-là, je commençais à m’intéresser à différentes villes comme sujet pour mon travail. Plus tard, avec le temps, j’ai compris que le thème de la ville était une façon de se donner un lieu sur lequel travailler, c’est comme une façon de s’organiser, rien de plus. C’est comme avoir un territoire et un temps, un cadre.

Ce n’est pas que je ne m’intéresse pas au caractère singulier et à l’identité de chaque ville, au contraire, j’ai des intérêts très spécifiques dans ces différentes réalités urbaines, mais dans ma pratique artistique je ne m’intéresse pas au documentaire au sens strict : je ne veux pas montrer, je ne veux pas affirmer. Mon travail est plutôt comme une réflexion sur ma relation avec mon quotidien et avec les choses que je croise dans la rue, et une relation avec l’accident. Et à cette époque, à Marseille, j’étais justement dans un moment de grand basculement vers cette direction, parce qu’en réalité, quand on regarde les arts, il y a une façon de diviser les différentes disciplines entre cathartiques et mimétiques. Les cathartiques sont toutes celles qui viendraient de l’intérieur et les mimétiques sont toutes celles où prédomine la copie du réel. Et ce qui est curieux avec la photographie c’est que par définition elle est super mimétique. Quand une personne fait du dessin, de la sculpture ou de la peinture, elle a besoin d’une maîtrise technique importante pour pouvoir arriver à une copie de la réalité. Cette copie de la réalité, la photographie te la donne de base. Et moi, à ce moment-là, je commençais à me déplacer de ce lieu mimétique à la recherche d’autres choses. Pour ma pratique professionnelle antérieure, je venais d’un registre très documentaire, où on a besoin du réel et où on évite le mouvement, la déformation, la perte de définition, et tout ce qui nous éloigne d’une esthétique réaliste. Mais je voulais m’écarter de ce lieu et aller plus vers l’abstraction, qui m’intéressait beaucoup comme une façon justement de fictionner, de s’éloigner du réaliste, de l’affirmation, en cherchant un registre plus évocateur, plus poétique.

Irene : Alors, est-ce que en ce moment commence une réflexion et une expérimentation à la recherche de ton style actuel ?

Pablo : Oui, j’ai passé un moment entre 2011 et mi-2013 à prendre en photo Marseille, cherchant davantage mon propre style, et le livre sur ce travail a été publié en 2017. Faire ce livre a été un grand défi pour moi. Cela m’a pris beaucoup de temps pour le monter. Entre autres, le grand problème était qu’il y avait des photos dans les deux types de registres esthétiques, et cela faisait que j’avais beaucoup de mal à trouver une ligne narrative.

Je réalise principalement des photographies de gens, d’animaux, d’architecture urbaine, d’objets, de natures mortes de la rue et, comme je le disais, mon travail a beaucoup à voir avec l’accident : avec des choses qui à un moment se brisent ou tombent. Pour moi, photographier, c’est comme marcher, ce qui a quelque chose de très territorial : tu marches, tu marches et en réalité tu cherches que quelque chose tombe, se dévoile. Il y a un extrait d’un texte de Cortázar que j’ai utilisé dans ma première exposition et qui illustre de manière magnifique cet événement : «…Quand j’ouvrirai la porte et que je me pencherai sur l’escalier, je saurai qu’en bas commence la rue ; non pas le moule déjà accepté, non pas les maisons déjà connues, non pas l’hôtel d’en face ; la rue, la forêt vivante où chaque instant peut se jeter sur moi comme un magnolia…»

En travaillant à Marseille, j’ai commencé à prendre des décisions sur ma manière de photographier. J’ai décidé d’arrêter d’utiliser plusieurs objectifs, et depuis lors je photographie avec deux appareils qui ont la même optique. En même temps, j’ai décidé d’arrêter d’utiliser le flash et de commencer à photographier avec la lumière existante, et avec le temps nécessaire. Donc, si je dois photographier pendant 15 secondes, je le fais à la main, avec le mouvement et les conséquences esthétiques que cela peut avoir. Par exemple, je photographie beaucoup mes enfants en train de dormir et parfois une photo prend 30 secondes, temps pendant lequel ils peuvent évidemment bouger aussi. Et je fais cela parce que ça m’intéresse de travailler avec ce mouvement et j’aime intégrer l’acceptation des limites dans ma pratique. Il arrive souvent que les gens te disent «je veux m’acheter un zoom, parce que je veux pouvoir tout faire». Moi, au contraire, je trouve intéressant d’assumer les limites que la discipline a et de photographier sur une ligne assez fragile. Cela se reflète par exemple dans ma manière de photographier dans la rue : je suis toujours à plus ou moins 70 centimètres des gens, et cela me met dans un état de risque, d’inconfort, qui est un peu ce que je recherche. Et la technique aussi, quand tu décides d’accepter ce défi, tu entres dans un état différent, qui pour moi nécessite une autre posture au moment de photographier.

Donc à cette époque, je comprends que ce qui m’intéresse c’est de travailler de cette façon qui est pour moi plus fragile, beaucoup plus tangible, et qui d’une certaine manière, nécessite une forme d’équilibre différente.

Quand je prends ces décisions, j’arrive à Madrid avec une bourse d’un an de la Casa de Velázquez, en 2013. Dans cette ville je sortais comme à Marseille pour prendre des photos environ huit heures par jour. C’était la même idée de se donner un cadre pour continuer à développer cette façon de travailler.

Irene : Et après être revenu de cette année à Madrid, que s’est-il passé ?

Pablo : Je suis retourné à Marseille avec l’idée de trouver un atelier pour pouvoir continuer à travailler sur mes projets. J’ai naïvement pensé qu’après avoir eu une bourse comme celle de la Casa de Velázquez, de nouvelles opportunités devaient pouvoir surgir qui me permettraient de continuer à développer mon travail. Mais en revenant de Madrid, j’ai passé deux ans à envoyer des dossiers et à me présenter à différents fonds, sans recevoir une seule bourse. À ce moment-là, il est devenu très clair pour moi que les validateurs, les prix, les bourses, et autres, il faut toujours les prendre avec beaucoup de relativité. Le monde de l’art est très âpre : tu sais que tu dois faire beaucoup de propositions, de candidatures, pour en gagner une. Je me souviens qu’à un moment, j’ai monté un dossier pour un projet que j’avais depuis un certain temps. Avec ce dossier, qui pour moi n’avait ni plus ni moins de valeur que les précédents que j’avais fait, j’ai gagné le prix de la DRAC et celui de la Fondation des Treilles. À partir de là, j’ai cessé de prendre en compte les résultats de ces «validateurs» comme une façon d’évaluer mon propre travail.

Irene : Et pendant ces 3 ans entre la résidence à la Casa de Velázquez et ces nouvelles bourses, qu’as-tu fait ?

Pablo : Je continuais à travailler sur mes projets autant que je pouvais. J’ai aussi traversé un moment personnel difficile, mais entre-temps des choses importantes se sont passées dans le domaine professionnel : quand je reviens de Madrid, Hélène Detaille, la propriétaire de la galerie Detaille (à Marseille), avec qui j’avais déjà exposé le travail que j’avais fait dans les rues de Marseille en 2013, m’appelle et me propose de faire une expo dans sa galerie, où elle me donne «carte blanche». Elle me dit d’oublier les projets et de montrer mon univers personnel.

Cette expo est une étape importante parce que pour composer mon univers, je commence à mélanger le travail que j’ai fait dans plusieurs endroits, et je me sens super à l’aise en le faisant : je pouvais déjà mélanger les géographies et sortir des limites que je m’étais données. Donc je me suis rendu compte que les limites géographiques sont un cadre dont tu as besoin pour travailler, mais ça n’a rien à voir avec le projet artistique. C’est une façon de s’organiser pour ne pas se perdre, pour pouvoir demander des fonds, etc. Mais ça n’avait pas forcément à voir avec mes motivations. Et cela, d’une certaine manière, m’ouvre à un nouveau questionnement sur ce que je suis en train de photographier en réalité, et la tentative de comprendre pourquoi.

Dans la même période, j’ai pensé commencer un doctorat de création à l’université d’Aix avec l’École de Photographie d’Arles. Donc pour me présenter à l’appel, j’ai essayé de structurer un peu la pensée sur mon travail, et de mieux comprendre ce que je suis en train de photographier. De cette réflexion et de cette prise de conscience surgit le travail que je mène depuis des années maintenant. En ce moment, je me rends compte que ce que je fais quand je photographie c’est construire un univers visuel qui est en même temps un acte de résistance face à la réalité. Je travaille avec un pied ancré dans la réalité, dans la rue, et je ne modifie rien en post-production, mais je sors du mimétisme, en intégrant les erreurs, les débordements, les ruptures. Avec cette façon de photographier, je sens que je m’échappe de cette réalité, je la déforme, afin de faire disparaître les références qui pourraient la rendre reconnaissable. Mais en même temps, je suis très enraciné dans cette réalité, debout dans la rue, vivant les choses, me mouillant là-dedans. Cette posture a aussi beaucoup à voir avec ma timidité, avec ma distance. Pour moi, la photographie a beaucoup à voir avec la distance et la distance a beaucoup à voir avec l’équilibre dans ma pratique. Cela te fait te demander jusqu’où tu peux aller, jusqu’où tu peux te permettre, à quel moment tu romps cet équilibre ?

Cela faisait longtemps que je voulais réduire ma distance dans l’acte de photographier, et en même temps dans la rue je ne pouvais pas réduire plus. Je photographiais déjà les gens de très près et pour déplacer cette distance j’avais besoin de leur accord. J’ai une très grande timidité, et je savais que demander la permission aux gens allait modifier ce lieu d’inconfort, depuis lequel je travail et que la rue m’apporte, ce lieu d’équilibre qui est toujours presque au point de se débalancer, et dont j’ai besoin pour travailler. Alors j’ai commencé à me demander à quelle distance minimale je pouvais travailler, et il est apparu dans cette réflexion que la distance minimale à laquelle on peut être avec quelqu’un est l’intimité, c’est-à-dire, quand on entre dans l’intimité de l’autre. Là, j’ai compris qu’on ne peut pas franchir cette ligne dans la rue pour se rapprocher, parce qu’on va rompre cet espace de distance. Dans le cas de l’intimité, il s’agit d’une distance physique mais aussi psychologique, quelque chose comme le plus près qu’on peut être de quelqu’un. C’est un peu comme l’orgasme: quand tu as un rapport sexuel avec quelqu’un et qu’il y a un effondrement de toutes les postures. Et je me suis proposé de chercher cela.

Pour moi, c’était très difficile, c’était presque comme une lutte avec moi-même, mais j’ai commencé à y travailler. J’ai commencé à beaucoup photographier la nuit et j’ai commencé à parler avec des gens, jusqu’à ce que j’aie mes premières photos dans des espaces d’intimité.

C’était très compliqué d’arriver aux premières photos, je me suis exposé avec un couple un jour. J’ai commencé à travailler la nuit, parfois jusqu’à très tard le matin, jusqu’à n’importe quelle heure, dans les milongas, dans les bars, dans la rue, surtout en Uruguay, mais aussi en France, à Rome et à Buenos Aires, quand je pouvais. Je n’avais pas besoin d’un lieu spécifique, mais je reconnais des endroits où je travaille mieux. En réalité, ce que j’ai commencé à faire, c’était de suivre les dérives qui pouvaient surgir dans des soirées: rencontrer des gens, partir avec eux, suivre la nuit, partager et essayer d’entrer dans cette intimité. Et tout a commencé avec un couple à qui j’ai pris une photo en train de s’embrasser dans un bar de Montevideo. Nous avons commencé à parler, iels ont tout compris de ce que je leur racontais sur mon projet. Et à cette époque, j’avais un endroit où aller faire des sessions de photo, un grand et beau local où je pouvais aller à l’heure que je voulais. Alors cette nuit même, nous sommes allés là-bas, nous sommes arrivés et au bout de 15 minutes ils se déshabillaient, iels faisaient l’amour et moi je les prenais en photo. Tout était très surprenant. L’année suivante, je retourne en Uruguay avec les photos, je les laisse en choisir quelques-unes et je leur demande qu’on en parle. Et même quand iels choisissent les photos, c’était incroyable : iels ont choisi celles qui pour moi étaient les meilleures, avec beaucoup de sensibilité qui n’est pas du tout banale pour quelqu’un qui ne fait pas ça professionnellement.

Pour ce projet, j’essaie de continuer à faire des photos de rue, et une autre partie des photos je les fais dans ce cadre d’intimité, où je me donne rendez-vous avec des gens, nous parlons du projet et nous convenons d’un moment pour les photographier, ça peut être chez eux, ou assez souvent dans des hôtels. Poursuivre cette démarche a été particulier, parce que c’est très difficile de dire à quelqu’un que tu veux le photographier dans ses moments d’intimité. C’est un regard qui peut être perçu comme super invasif : c’est un peu comme le regard qu’on peut porter sur soi-même, sans filtres, sans postures. Cependant, ça m’a beaucoup aidé d’avoir ces premières photos (que j’avais prises au couple de Montevideo). Cela me permettait d’aller parler aux gens en leur montrant les photos et ensuite leur proposer une séance. Et puis c’est arrivé, avec le temps cela est devenu plus fluide.

Ce projet, qui s’appelle El lugar de los jazmines (Le lieu des jasmins), est toujours en cours actuellement.

Irene : Et pour terminer, raconte nous: quels sont les nouveaux projets ?

Pablo : D’un côté, je continue une trajectoire professionnelle axée sur l’enseignement. Depuis quatre ans je suis enseignant à l’ISDAT de Toulouse et je donne également des ateliers techniques depuis plus de dix ans à l’École Nationale Supérieure de la Photographie d’Arles.

De l’autre côté, je développe ma trajectoire d’artiste-auteur. Cela fait deux ans que je suis représenté par la galerie VU’. C’est un grand privilège d’avoir une telle galerie comme vitrine, et j’espère pouvoir travailler avec eux sur plusieurs projets à l’avenir.

Je suis aussi très impliqué dans un projet de maison/atelier que je suis en train de construire en ce moment. L’idée est d’avoir un endroit où pouvoir recevoir des gens en résidence, faire des ateliers, et inviter d’autres photographes pour qu’ils fassent aussi des ateliers. En mai prochain, je reçois le gagnant ou la gagnante du prix Mandelo, organisé par l’ambassade de France en Uruguay avec le Centre de Photographie de Montevideo. Cette personne va rester avec moi deux mois, en résidence, et je m’occupe de l’accompagnement pédagogique du projet qui sera réalisé.Et enfin, concernant mes projets personnels, j’ai besoin de trouver du temps pour terminer El lugar de los jazmines. J’aimerais pouvoir l’achever bientôt, et en faire un livre.

Zona de contacto

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.