Tajëëw its Kontoy: La revitalización de la cultura ayuuk con el artista Octavio Aguilar en Las Rencontres d’Arles

Canela Laude Arce
11/09/2025

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Octavio Aguilar es un artista visual mexicano, originario de Zacatepec, en el estado de Oaxaca. En el festival de fotografía internacional Les Rencontres d’Arles, de julio a septiembre 2025, su proyecto Tajëëw its Kontoy fue seleccionado y expuesto como parte del premio de la Fundación Louis Roederer. Su trabajo fue presentado por la galería Parallel Oaxaca, bajo la curadoria de César González-Aguirré, y fue distinguido por el premio del jurado en el festival. En esta entrevista, Octavio Aguilar desarrolla la trayectoria personal y artística que lo llevó a la creación y difusión de este proyecto, guiado por el fortalecimiento y la revitalización de la cultura y la lengua ayuuk, que forma parte de su identidad.

Vista de la exposición Tajëëw its Kontoy, Espace Monoprix, Les Rencontres de la photographie d’Arles 2025. © Octavio Aguilar

Canela Laude-Arce: ¡Hola Octavio! Para empezar, quería saber si puedes empezar con presentarte y presentar tu trabajo.

Octavio Aguilar: Me llamo Octavio Aguilar, estudié artes plásticas y visuales en la universidad pública de Oaxaca. En todo mi proceso de formación, yo estaba en cuestionamientos de la identidad, sobre quién era, de dónde venía y, para dónde iba a ir. Entonces parte de estas reflexiones se volvieron una constante en mi trabajo. Hablo mucho de los componentes de la identidad Ayuuk, que son diversos y que pueden ser la música, la danza, el vestido y sobre todo como elemento muy fuerte: la lengua.

El abordaje que hago es a través de distintos medios como la escultura, el dibujo, la pintura, para reflexionar sobre estos temas. Yo soy migrante, me vine a la ciudad de Oaxaca, y lo que hago es investigar cuestiones de la lengua y como reactivar estos elementos de identidad, con el arte como un medio y una estrategia que me funciona a mí para irlos fortaleciendo. Los resultados que tengo, los comparto tanto con mi comunidad, aquí en la ciudad, y con otros públicos.

CLA: ¿Cuál ha sido el punto de partida del proyecto Tajëëw its Kontoy que presentaste en el marco del premio Louis Roederer en festival de fotografía Les Rencontres d’Arles?

OA: Me vine con mi familia a la ciudad de Oaxaca cuando tenía siete años, como tantas familias que migran por distintas razones. En la ciudad muchos de los elementos de las comunidades se van perdiendo, esas narrativas que le dan sentido a la identidad. En mi caso, en Zacatepec y el pueblo Ayuuk, hay una historia muy importante, casi mitológica, que siempre se contaba y que yo escuchaba de niño. Con el tiempo empecé a viajar de nuevo a Zacatepec y descubrí que mi abuela, del lado de mi madre, sabía un canto en nuestra lengua, el ayuuk, relacionado con esta historia. Ella hablaba poco español, pero cuando le pregunté si lo conocía, me dijo que sí y me lo cantó. Yo lo grabé con una vieja cámara de video. Ese momento fue un hallazgo enorme, un encuentro que detonó todo lo que vino después. Porque no era solo descubrir que mi abuela tenía esa memoria viva, sino entender que estos testimonios no deberían quedarse guardados en un museo como piezas muertas, sino compartirse de otra manera, con vida. De ahí nace mucho de lo que he trabajado y lo que llegaste a ver en el proyecto.

Vista de la exposición Tajëëw its Kontoy, Espace Monoprix, Les Rencontres de la photographie d’Arles 2025. © Octavio Aguilar

CLA: ¿Cómo ha sido la integración de elementos plásticos, como el trabajo de máscaras o de pinturas, además de la fotografía, a tu proyecto?

OA: Hubo bastante colaboración en todo este proceso, porque, por ejemplo, las pinturas que aparecen detrás de los personajes yo mismo las hice, y en el caso de las máscaras, como la de jaguar, primero hice los dibujos y los bocetos de cómo me las imaginaba, y luego colaboré con un artista que trabaja la cartonería, que es un oficio muy especializado aquí en Oaxaca. Lo mismo pasó con los rayos y truenos que sostienen los personajes, yo hice los dibujos, pero el trabajo final se realizó en latón, que es una artesanía local. Y claro, también está el traje tradicional de Zacatepec, nuestra comunidad; en este caso lo había elaborado una señora del pueblo y lo tenía mi amiga, quien participó en las fotos, y me pareció fundamental incluirlo porque refuerza que esta es nuestra propia versión de la historia. Así, entre mis pinturas, los dibujos, la colaboración con otros artistas y la participación de las personas mismas, la obra se fue construyendo como un tejido colectivo donde cada elemento tenía un vínculo con la comunidad.

CLA: En tu exposición y en los textos que la acompañan, hay un énfasis en el trabajo de preservación y de promoción de la lengua y de la cultura ayuuk. ¿Cómo vinculas tu trabajo artístico con ese trabajo de preservación y transmisión de la cultura ayuuk?

OA: Cuando terminé la escuela de arte me encontré con esa pregunta que creo que nos pasa a todos: “¿y ahora qué?”. Yo ya tenía inquietudes claras, y en lugar de seguir el camino de galería o del arte citadino, me preguntaba cómo podía usar lo que había aprendido en el contexto del que soy originario. Hasta ese momento yo iba a Zacatepec solo en vacaciones, pero en 2012 decidí regresar con la idea de hacer algo ahí, aunque no sabía bien qué. Lo primero fue un taller de dibujo con unos jóvenes que me pidieron clases, y terminamos montando una exposición con sus trabajos. Desde ahí no paré, hubo talleres, exposiciones, y lo más fuerte fue darme cuenta de que lo que yo había vivido al migrar, que es perder el uso de la lengua, ya estaba pasando en la comunidad misma. Por eso empecé a diseñar talleres que reforzaran estos elementos: por ejemplo, un taller bilingüe de pintura donde, en lugar de enseñar la teoría del color con “rojo, azul, amarillo”, usamos las palabras en ayuuk. También me di cuenta de que necesitaba la escritura para retener y compartir estas experiencias, y eso me llevó a colaborar en un taller de lectura y escritura en la comunidad. Así el trabajo artístico se fue entrelazando con la preservación cultural, en un espacio donde lo serio se mezcla con el juego, donde las clases con los niños incluyen juegos, y dinámicas que hacen de cada sesión no solo un taller de arte, sino también un espacio de convivencia y fortalecimiento de la lengua.

Vista de la exposición Tajëëw its Kontoy, Espace Monoprix, Les Rencontres de la photographie d’Arles 2025. © Octavio Aguilar

CLA: ¿Cómo ha sido la concepción de la exposición en Arles, desde el punto de vista de la escenografía y del trabajo con el espacio?

OA: Cuando aplicamos a la convocatoria de Arles yo pensaba que solo iban a ser fotos, nada más, pero una vez que nos seleccionaron empezó un diálogo con el curador, César, que me fue abriendo caminos para pensar la exposición como algo más complejo, con otros elementos que complementaran las imágenes. Ahí surgió la idea de integrar sonido, escultura y color, y de pronto recordé el canto de mi abuela en ayuuk, ese canto que grabé hace años, y me dije que eso tenía que estar. Entonces armé una pieza sonora de 20 minutos porque el número 20 tiene un peso simbólico enorme en nuestra cultura, y la fui tejiendo con fragmentos: la voz de mi abuela cantando, músicas que he grabado en Zacatepec, conversaciones cotidianas con ella hablando de la lluvia o de los truenos, y al final un audio muy especial donde reflexiona sobre la vejez y dice que ahora el espacio queda para los nietos, que a nosotros nos toca decidir qué hacer. Para mí, aunque ella hablara de la casa, estaba hablando de la cultura misma. También apareció la serpiente como parte de la exposición, que no estaba planeada al inicio y que poco a poco fue tomando forma hasta convertirse en una pieza central, integrada con los colores verde, rojo y amarillo, que son los colores de la bandera ayuuk. Todo se fue entrelazando así, de manera orgánica: las fotos, el color, la escultura, el sonido. Cuando ya vi todo montado, sentí que la narrativa había viajado entera hasta allá, que esa historia que ha resistido tantos intentos de borrarla estaba conviviendo con otras propuestas al otro lado del mar. Para mí esa fue la verdadera celebración, escuchar la música de mi abuela y la banda del pueblo resonando en un espacio internacional y sentir que no era cuestión de legitimarse afuera, sino de estar ahí compartiendo, festejando con lo nuestro.

Tajëëw, ja tsa´any [Tajëëw, la serpiente], 2020, vista de la exposición Tajëëw its Kontoy, Espace Monoprix, Les Rencontres de la photographie d’Arles 2025. © Octavio Aguilar

CLA: Para terminar, cual fue el impacto para ti de llevar tu trabajo al contexto del festival de fotografía de Arles, ¿y de la premiación de tu trabajo en el premio Roederer?

OA: Para mí fue muy potente que el trabajo entrara en diálogo con un espacio como el festival de Arles, porque no lo vivo como una proyección individual sino como una conversación entre culturas. Lo que me interesa es que nuestro trabajo pueda abrir diálogos, mostrar que en nuestros contextos también hay narrativas igual de potentes, aunque muchas veces no se reconocen. Y siempre desde una horizontalidad, sin pensar en “mi cultura arriba y la tuya abajo”, sino diciendo que aquí está mi historia a la par de la tuya. Por eso también una parte central de la pieza era que, para escuchar el canto de la serpiente, había que guardar silencio. Esa idea me importa mucho porque para entender al otro hace falta callar un poco, a veces se trata solo de escuchar.

Lo más chido fue ver cómo la gente se apropió del logro. Cuando hice el posteo no puse “gané”, sino “ganamos”, porque ahí está la voz de mi abuela, los sonidos de nuestro entorno, las memorias de la comunidad. Sin ellos no existiría el trabajo. Esa misma noche, cuando me conecté al wifi en el hotel, vi cómo en Facebook toda la banda del pueblo lo estaba compartiendo, mis amigos, la gente con la que juego fútbol, hasta la página del municipio. Me conmovió mucho porque ya ni siquiera se trataba de mí como artista, sino de que el pueblo lo sentía suyo. Incluso colegas latinoamericanos que estaban en el festival, de Brasil, de Uruguay, de Chile, me decían “ganamos”, como si fuera un triunfo colectivo del continente. Y eso me hizo ver que el impacto era más grande de lo que imaginaba, que resonaba en muchas identidades que históricamente han sido desplazadas o silenciadas.
Entonces, más que un premio personal, lo siento como un reconocimiento a una forma de trabajar, a una estrategia que se ha ido tejiendo entre talleres, exposiciones, charlas, incluso esos momentos donde había solo uno o dos niños en los talleres escuchando. Todo eso es parte del proceso, y verlo llegar a un espacio así y que la gente lo haga suyo es muy valioso.

Vista de la exposición Tajëëw its Kontoy, Espace Monoprix, Les Rencontres de la photographie d’Arles 2025. © Octavio Aguilar


Version française

Tajëëw its Kontoy : La revitalisation de la culture ayuuk avec l’artiste Octavio Aguilar aux Rencontres d’Arles

Entretien réalisé par Canela Laude-Arce

Octavio Aguilar est un artiste visuel mexicain, originaire de Zacatepec, dans l’État de Oaxaca. Au festival international de photographie Les Rencontres d’Arles, de juillet à septembre 2025, son projet Tajëëw its Kontoy a été sélectionné et exposé dans le cadre du prix de la Fondation Louis Roederer. Son travail a été présenté par la galerie Parallel Oaxaca, avec la  curation de César González-Aguirré, et a été distingué par le prix du jury du festival. Dans cet entretien, Octavio Aguilar revient sur son parcours personnel et artistique qui l’a conduit à la création et à la diffusion de ce projet, guidé par le renforcement et la revitalisation de la culture et de la langue ayuuk, qui font partie de son identité.

Canela Laude-Arce : Bonjour Octavio ! Pour commencer, pourrais-tu te présenter et présenter ton travail ?

Octavio Aguilar : Je m’appelle Octavio Aguilar, j’ai étudié les arts plastiques et visuels à l’université publique d’Oaxaca. Tout au long de ma formation, je me posais des questions sur l’identité, sur qui j’étais, d’où je venais et où j’allais. Ces réflexions sont devenues une constante dans mon travail. Je parle beaucoup des composantes de l’identité ayuuk, qui sont diverses : la musique, la danse, le vêtement et surtout, comme élément très fort, la langue.

Mon approche passe par différents médiums comme la sculpture, le dessin ou la peinture, pour réfléchir à ces thèmes. Je suis migrant, je suis venu vivre dans la ville, à Oaxaca, et j’enquête sur la langue et sur la manière de réactiver ces éléments identitaires, avec l’art comme un moyen et une stratégie qui me servent à les renforcer. Les résultats, je les partage autant avec ma communauté, dans la ville, et avec d’autres publics.

CLA : Quel a été le point de départ du projet Tajëëw its Kontoy que tu as présenté dans le cadre du prix Louis Roederer au festival Les Rencontres d’Arles ?

OA : Je suis arrivé avec ma famille à Oaxaca à l’âge de sept ans, comme tant d’autres familles qui migrent pour diverses raisons. En ville, beaucoup d’éléments des communautés se perdent, ces récits qui donnent sens à l’identité. Dans mon cas, à Zacatepec et dans le peuple ayuuk, il existe une histoire très importante, presque mythologique, que l’on racontait toujours et que j’entendais enfant. Avec le temps, j’ai recommencé à voyager à Zacatepec et j’ai découvert que ma grand-mère, du côté maternel, connaissait un chant dans notre langue, l’ayuuk, lié à cette histoire. Elle parlait peu l’espagnol, mais quand je lui ai demandé si elle le connaissait, elle m’a dit oui et me l’a chanté. Je l’ai enregistré avec une vieille caméra vidéo. Ce moment a été une découverte immense, une rencontre qui a tout déclenché. Parce qu’il ne s’agissait pas seulement de découvrir que ma grand-mère avait cette mémoire vivante, mais de comprendre que ces témoignages ne devaient pas rester enfermés dans un musée comme des pièces mortes, mais être partagés autrement, avec vie. C’est de là qu’est né une grande partie de mon travail, et ce que j’ai partagé dans ce projet.

CLA : Comment as-tu intégré des éléments plastiques, comme le travail des masques ou des peintures, en plus de la photographie, à ton projet ?

OA : Il y a eu beaucoup de collaboration dans tout ce processus. Par exemple, les peintures qui apparaissent derrière les personnages, je les ai faites moi-même, et dans le cas des masques, comme celui du jaguar, j’ai d’abord réalisé les dessins et les croquis tels que je les imaginais, puis j’ai collaboré avec un artiste qui travaille la cartonería, un artisanat très spécialisé ici à Oaxaca. Il en a été de même pour les éclairs et les tonnerres que tiennent les personnages : j’ai fait les dessins, mais le travail final a été réalisé en laiton, un artisanat local. Et bien sûr, il y a aussi le costume traditionnel de Zacatepec, notre communauté : dans ce cas, il avait été confectionné par une femme du village et appartenait à mon amie qui a participé aux photos. Il me semblait fondamental de l’inclure car il renforce l’idée que c’est notre propre version de l’histoire. Ainsi, entre mes peintures, mes dessins, la collaboration avec d’autres artistes et la participation des habitants eux-mêmes, l’œuvre s’est construite comme un tissage collectif où chaque élément avait un lien avec la communauté.

CLA : Dans ton exposition et dans les textes qui l’accompagnent, il y a un accent fort sur le travail de préservation et de promotion de la langue et de la culture ayuuk. Comment lies-tu ton travail artistique à ce travail de préservation et de transmission de la culture ayuuk ?

OA : Quand j’ai terminé l’école d’art, je me suis retrouvé face à cette question qui, je crois, nous arrive à tous : “et maintenant ?”. J’avais déjà des préoccupations claires, et au lieu de suivre la voie de la galerie ou de l’art citadin, je me demandais comment utiliser ce que j’avais appris dans le contexte dont je suis originaire. Jusqu’à ce moment, je n’allais à Zacatepec qu’en vacances, mais en 2012 j’ai décidé d’y retourner avec l’idée d’y faire quelque chose, sans trop savoir quoi. Le premier pas a été un atelier de dessin avec des jeunes qui m’avaient demandé des cours, et nous avons fini par monter une exposition avec leurs travaux. Depuis, je n’ai pas arrêté : ateliers, expositions, et surtout la prise de conscience que ce que j’avais vécu en migrant, la perte de l’usage de la langue, se produisait déjà dans la communauté elle-même. C’est pourquoi j’ai commencé à concevoir des ateliers pour renforcer ces éléments : par exemple, un atelier bilingue de peinture où, au lieu d’enseigner la théorie des couleurs avec “rouge, bleu, jaune”, nous utilisions les mots en ayuuk. J’ai aussi compris que j’avais besoin de l’écriture pour conserver et partager ces expériences, ce qui m’a conduit à collaborer à un atelier de lecture et d’écriture dans la communauté. Ainsi, le travail artistique s’est entremêlé avec la préservation culturelle, dans un espace où le sérieux se mêle au jeu, où les cours avec les enfants intègrent des jeux et des dynamiques qui font de chaque séance non seulement un atelier d’art, mais aussi un espace de convivialité et de renforcement de la langue.

CLA : Comment s’est faite la conception de l’exposition à Arles, du point de vue de la scénographie et du travail avec l’espace ?

OA : Quand nous avons postulé à l’appel à projets d’Arles, je pensais qu’il ne s’agirait que de photos, rien de plus. Mais une fois sélectionnés, un dialogue a commencé avec le curateur, César, qui m’a ouvert des chemins pour penser l’exposition comme quelque chose de plus complexe, avec d’autres éléments venant compléter les images. Là est née l’idée d’intégrer le son, la sculpture et la couleur, et soudain je me suis souvenu du chant de ma grand-mère en ayuuk, ce chant que j’avais enregistré il y a des années, et je me suis dit qu’il devait absolument être là. J’ai alors composé une pièce sonore de 20 minutes, car le nombre 20 a un poids symbolique énorme dans notre culture. Je l’ai tissée avec des fragments : la voix de ma grand-mère qui chante, des musiques que j’ai enregistrées à Zacatepec, des conversations quotidiennes avec elle parlant de la pluie ou du tonnerre, et enfin un enregistrement très spécial où elle réfléchit à la vieillesse et dit que désormais l’espace revient aux petits-enfants, que c’est à nous de décider quoi en faire. Pour moi, même si elle parlait de la maison, elle parlait en réalité de la culture.

La figure du serpent est également apparue dans l’exposition, alors qu’elle n’était pas prévue au départ ; peu à peu, elle a pris forme jusqu’à devenir une pièce centrale, intégrée avec les couleurs vert, rouge et jaune, qui sont celles du drapeau ayuuk. Tout s’est ainsi entremêlé de façon organique : les photos, les couleurs, la sculpture, le son. Quand j’ai vu le montage final, j’ai eu l’impression que la narration avait voyagé dans son intégralité jusqu’à là-bas, que cette histoire qui a résisté à tant de tentatives d’effacement coexistait avec d’autres propositions de l’autre côté de l’océan. Pour moi, la véritable célébration a été d’entendre la musique de ma grand-mère et la fanfare du village résonner dans un espace international, et de sentir qu’il ne s’agissait pas de chercher une légitimité ailleurs, mais simplement d’être là pour partager et célébrer ce qui est nôtre.

CLA : Pour terminer, quel a été l’impact pour toi d’amener ton travail dans le contexte du festival de photographie d’Arles, et d’être primé par le prix Roederer ?

OA : Pour moi, cela a été très fort que le travail entre en dialogue avec un espace comme le festival d’Arles, car je ne le vis pas comme une projection individuelle mais comme une conversation entre cultures. Ce qui m’intéresse, c’est que notre travail puisse ouvrir des dialogues, montrer que dans nos contextes aussi il y a des récits tout aussi puissants, même si souvent ils ne sont pas reconnus. Et toujours dans une logique d’horizontalité, sans penser “ma culture au-dessus de la tienne”, mais en disant “voici mon histoire à côté de la tienne”.

C’est aussi pour cela qu’une partie centrale de la pièce était que, pour écouter le chant du serpent, il fallait garder le silence. Cette idée m’importe beaucoup, car pour comprendre l’autre il faut parfois se taire un peu, il s’agit parfois simplement d’écouter.

Le plus beau a été de voir comment les gens se sont approprié cette réussite. Quand j’ai posté sur les réseaux, je n’ai pas écrit “j’ai gagné”, mais “nous avons gagné”, parce qu’il y a là la voix de ma grand-mère, les sons de notre environnement, les mémoires de la communauté. Sans eux, ce travail n’existerait pas. Ce soir-là, en me connectant au wifi de l’hôtel, j’ai vu que tout le village partageait la nouvelle sur Facebook : mes amis, les gens avec qui je joue au foot, même la page de la mairie. Cela m’a profondément ému, car il ne s’agissait plus de moi en tant qu’artiste, mais du fait que la communauté se sentait concernée.

Même des collègues latino-américains présents au festival, du Brésil, de l’Uruguay, du Chili, me disaient “nous avons gagné”, comme s’il s’agissait d’un triomphe collectif du continent. Et cela m’a montré que l’impact était plus grand que ce que j’imaginais, qu’il résonnait dans beaucoup d’identités historiquement déplacées ou réduites au silence.

Ainsi, plus qu’un prix personnel, je le ressens comme une reconnaissance d’une façon de travailler, d’une stratégie qui s’est tissée entre ateliers, expositions, discussions, et même ces moments où il n’y avait qu’un ou deux enfants aux ateliers en train d’écouter. Tout cela fait partie du processus, et le voir parvenir jusqu’à un tel espace, et que les gens se l’approprient, est très précieux.

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