Sadness is Rebellion

Sadness Is Rebellion, tomado del título de la canción epónima del dúo Lebanon Hanover, encuentra su origen en una convicción esencial: la tristeza, lejos de ser un signo de debilidad o de repliegue, puede entenderse como un acto de rebelión poética y una fuerza transformadora. En un contexto en el que la vulnerabilidad tiende a ser sistemáticamente patologizada y en el que la positividad emocional se erige como norma social, esta exposición propone abordar la tristeza como un espacio estético, político y ético desde el cual repensar nuestros modos de relación y de creación.

Georges Didi-Huberman recuerda en Quelle émotion ! que “llorar es abrir una fisura en el muro de lo inmutable, permitir que la sensibilidad irrumpa como un acto de resistencia”. ¿Cómo puede la tristeza convertirse en una forma de redención en un mundo gobernado por las políticas de la “felicidad eterna”? ¿Dónde se sitúa el arte en los límites de lo sensible, y cuáles son los verdaderos espacios en los que el individuo artístico —ya sea creador, curador o espectador— puede exponerse en un panteón emocional que acepte la tristeza, en sus múltiples manifestaciones, como un lugar de búsqueda y de transformación?

Reuniendo a cinco jóvenes artistas cuya práctica pictórica oscila entre la figuración y la abstracción, la exposición propone un ensayo visual sobre la vulnerabilidad y la fragilidad como fuerzas de invención. En el espíritu de una polifonía ampliada, cinco curadoras fueron igualmente invitadas a dialogar con los artistas, ofreciendo testimonios personales y críticos sobre su propia relación con la tristeza y sobre la manera en que esta circula en el mundo del arte contemporáneo. Sadness Is Rebellion traza así un recorrido a la vez afectivo y político, afirmando la tristeza como una herida activa y un reconocimiento radical del presente. La pintura y la escritura se convierten aquí en un acto colectivo y subversivo, abriendo la posibilidad de otras maneras de sentir, habitar e imaginar el mundo.

Las obras de Claudio Coltorti (Nápoles, Italia, 1989) se arraigan en una materialidad donde fragmento, superficie y forma componen paisajes interiores. Su pintura explora la porosidad entre el cuerpo y el espacio, lo orgánico y lo mental, construyendo imágenes suspendidas donde la emoción aparece como una vibración discreta. La tristeza se revela aquí en el intervalo, en esas zonas de latencia donde la imagen escapa a toda aprehensión inmediata y se carga de una densidad afectiva subterránea.

Garance Matton (París, 1992) se inspira en una tradición figurativa expresionista para representar figuras errantes en entornos inestables, oscilando entre la aparición y el borrado. Sus composiciones convocan siluetas difusas, presencias fragmentadas, inscritas en temporalidades confusas. El afecto se manifiesta en la propia incertidumbre de la forma: veladuras en retroceso, contornos borrados, perspectivas turbadas. Su pintura da cuenta de una tristeza fluida, inasible, que se despliega en la experiencia perceptiva del espectador.

Fernanda Galvão (São Paulo, Brasil, 1994) concibe la pintura como un espacio de fuga y de reconstrucción imaginaria. Sus paisajes marinos o galácticos, sostenidos por paletas saturadas de rosas y azules, traducen una insatisfacción emocional frente a lo real y proponen refugios alternativos. Estos universos, que oscilan entre intensidad cromática y suavidad táctil, abren un camino hacia otros estados mentales, donde la tristeza se metamorfosea en deseo de otro lugar.

El trabajo de Mena Guerrero (Guatemala, 1996) se arraiga en la memoria y en la evocación de elementos ligados a la infancia: volcanes, mangos, flora local se convierten en símbolos afectivos que participan en una identidad en perpetua construcción. La artista privilegia una sensorialidad contenida, casi susurrada, donde la emoción se inscribe en el detalle, el vestigio y la huella. Al reactivar motivos vernáculos, Guerrero cuestiona la propia noción de pertenencia y reafirma el valor de los legados sensibles como fundamentos de un presente frágil.

Finalmente, Kyvèli Zoi (Atenas, Grecia, 1990) desarrolla una pintura inspirada en la teatralidad de la imagen. Cada lienzo constituye una escena —doméstica o urbana— donde la vida cotidiana se revela en su vertiente alienante. Detrás de la movilidad frenética de las multitudes y de la densidad social emerge una profunda soledad, una tristeza camuflada bajo la máscara de la colectividad. Al revelar este paradoxo, sus obras exponen el sentimiento de aislamiento que persiste pese a la presencia de los otros, transformando la mirada en una experiencia crítica de la condición contemporánea.