Héctor Zamora. Ordem e Progresso

Cuando entramos al MAAT – Museu de Arte, Arquitetura e Tecnologia, nos encontramos con una serie de restos de barcos de pesca dispersos por la Galería Oval. ¿Será que este recinto ha sido el escenario de una gran batalla naval? ¿Serán restos de un verdadero combate, o serán simples vestigios de otra acción, colocados deliberadamente en este espacio?

Ordem e Progresso es una nueva versión de una performance-instalación que el artista mexicano Héctor Zamora (México D. F, 1974) realizó en 2012 en el Paseo de los Héroes Navales de Lima y en 2016 en el Palais de Tokyo de París. Para esta presentación, pensada específicamente para este espacio, se seleccionaron siete barcos de diferentes tipologías y características, de acuerdo con el tipo de actividades y conforme a las tradiciones de las ciudades y pueblos pesqueros portugueses, como Sesimbra, Ericeira, Nazaré, Aveiro o Figueira da Foz. Los barcos son verdaderos ejemplares de barcos de pesca artesanal portuguesa, construidos entre finales de la década de los 1960 y principios de los 2000. Estas embarcaciones fueron escogidas teniendo en cuenta su avanzado estado de degradación. Algunas presentan importantes símbolos nacionales relacionados  con el período de los Descubrimientos portugueses (como la Cruz da Ordem de Cristo); otras fueron bautizadas con nombres que remiten a las tradiciones y al misticismo de las comunidades pesqueras o que están vinculados a la cultura y al folclore local.

Además de evocar la memoria histórica y cultural del patrimonio marítimo fluvial portugués, Ordem e Progresso es también una reflexión  sobre el impacto ambiental y las consecuencias socioeconómicas que surgen con la desaparición de la pesca artesanal tradicional y de la cultura de la pesca de subsistencia. Son muchas las ciudades y pueblos portugueses afectados por el proceso de industralización del sector pesquero. Siguiendo las medidas impuestas por la Política Pesquera Común de la Unión Europea, la reestructuración y el redimensionamiento de la flota portuguesa implica el sacrificio de decenas de embarcaciones, lo que conlleva la desaparición de algunos tipos de barcos tradicionales. Con un contundente mensaje político, Ordem e Progresso propone una reflexión sobre los efectos y las consecuencias del progreso, de la globalización y de la economía de mercado, y pone sobre la mesa un gran número de cuestiones políticas, económicas, sociales y culturales, que se extienden a la crisis de los refugiados y a las políticas anti-inmigración decretadas por algunas potencias mundiales. El título de la obra parte de dos dictados del pensamiento positivista de Auguste Comte (1798-1857), “El amor por principio, el orden por base; el progreso por fin” y “El progreso es el desarrollo del orden”, que dieron origen a la divisa (“Ordem e Progresso”) que se lee en la bandera de Brasil, país donde vivía el artista. En una entrevista, Zamora comentó que, con esta obra, pretendía “destruir las promesas contenidas en los barcos”, añadiendo que, en el contexto europeo, “el barco se ha convertido en un símbolo de lo que sucede aquí [la crisis migratoria] y que “es en este momento crítico, en el que todo el mundo puede cuestionarse si ese orden y ese progreso nos llevan a lago positivo”.[1] En muchas culturas, el barco es símbolo de viaje, de transición entre la vida y la muerte. Cuando pensamos en esto, es inevitable pensar acerca del gran número de refugiados que han muerto o desaparecido durante su travesía por el Mediterráneo, y sobre las imágenes chocantes que los medios de comunicación y las redes sociales han hecho circular, mostrando naufragios de embarcaciones precarias y abarrotadas. La representación de los refugiados en los medios de comunicación ha sido el tema de varios debates y controversias. Cuanto más chocante y dramática es una imagen, más intensa (y eficaz) es la emoción que provoca. Las imágenes se han convertido en artificios: son utilizadas para llamar la atención del público y aumentar el número de lectores, de ventas y de suscripciones.  La proliferacion creciente y la multiplicación de imágenes perturbadoras  y violentas, muchas desprovistas de valor demostrativo e informativo, sirve como indicador, por encima de todo, de la gran fascinación que la violencia ejerce sobre nuestra especie.

Esto nos devuelve a la idea que abre el texto: la batalla naval que se vivió en la Galería Oval. Un espacio que nos recuerda a la arquitectura teatral de la Antigüedad clásica, por excelencia de forma elíptica, con los asientos dispuestos alrededor de una arena que separaba la platea del escenario, en el que acontecían las famosas (y sangrientas) naumaquias –recreaciones de batallas navales históricas[2],  generalmente puestas en escena en lagos, estanques o anfiteatros creados especialmente para la ocasión, rodeados de las bancadas en las que se sentaban los espectadores. Microcosmos de una sociedad fuertemente jerarquizada y estratificada, el anfiteatro era el escenario de una serie de juegos y espectáculos que recurrían a la violencia como forma de entretenimiento.

Zamora saca partido de la configuración de la Galería Oval para crear una división espacial que separa escenario y platea. El artista coloca al público en una posición de espectador pasivo, que asiste a la destrucción performativa de las embarcaciones por un grupo de trabajadores. Utilizando únicamente herramientas manuales, como mazos, martillos y hachas, estos actores/performers destruyen los barcos, haciendo pedazos sus estructuras, como si hubiesen sido destruidos en un naufragio o en una batalla naval. Los operarios fueron contratados a través de una empresa portuguesa de contratación y son, casi todos, inmigrantes que buscan trabajo. Este hecho particular es una crítica oportuna y bastante actual de las desigualdades del mundo contemporáneo, la relación indisociable entre las políticas imperialistas de las naciones más poderosas y la crisis de los refugiados, pero también de la manera como la inmigración actúa como instrumento y mecanismo de transformación social. En este sentido, hay un evidente (y curioso) paralelismo con los gladiadores (que combatían en las naumaquias), que eran, en su mayoría, prisioneros de guerra, cristianos y esclavos, y por lo tanto, víctimas del imperialismo romano.

En Ordem e Progresso, cuerpo y acción son politizados en una performance inmersiva, cargada de teatralidad y dramatismo, con énfasis en la poética del gesto. La presentación de esta obra  en el MAAT propone una reflexión sobre el papel de las imágenes, sobre la violencia y sobre la falta de sensibilidad de la sociedad contemporánea. Como los juegos en el mundo romano, el espectador se transforma aquí en un sujeto abstracto, pasivo y contemplativo, absorto en la acción violenta de la destrucción de los barcos. En el dominio de lo simbólico, la localización del museo en este margen del Tajo es particularmente pertinente, haciendo eco a la historia de la expansión portuguesa en el mundo y a la posterior consolidación de Lisboa como ciudad portuaria y punto importante de las rutas comerciales marítimas. Adicionalmente, y en relación al presente y al pasado recientes, este es un punto que testimonió (y testimonia) de la destrucción implacable y voraz de símbolos identitarios nacionales, víctimas del progreso y de la modernidad.

Ordem e Progresso nos muestra los restos de una batalla y el cuerpo de otra, todavía en curso: la batalla que intenta despertar en nosotros una reflexión sobre el papel del arte en una época que se define por la espectacularizacion y la virtualización de la vida.

Inês Grosso.

Texto procedente del dossier de prensa de la exposición, traducido del portugués por Cristina Blanco.

Imágenes de la exposición:

 Enlaces de interés:

 

 

[1] Leticia Constant, «Artista destruye barcos en performance-protesta en el Palais de Tokyo», Radio France Internationale (6 mai. 2016). [Consult. 5 fev. 2017]. [Disponible en internet: http://br.rfi.fr/cultura/20160506-artista-destroi-barcos-em-performance-protesto-no-palais-de-tokyo].

[2] La fecha de la primera naumaquia (del griego naumakhía, “combate naval”, en latín naumachĭa-, “ídem”) sigue siendo una controversia entre los historiadores. Aunque, la primera de la que tenemos noticias fue ofrecida por Julio César al pueblo de Roma en el año 46 a.C, para la que ordenó la construcción de un lago artificial en el Campo de Marte. Diversas teorías han podido comprobar que el Coliseo también fue utilizado como escenario para estas batallas navales. En Portugal, en ciudades pequeñas como, por ejemplo, Marialva se realizaron naumaquias en los lagos artificiales que, a través de acueductos, abastecían los baños públicos.