Stellar

PÓSTUMA
Tres notas preliminares
sobre las poéticas del resto en Giancarlo Scaglia
(y una coda)

Gustavo Buntinx

– I –

TEXTO

Calcos, fragmentos, restos. Tal vez sea en su propia estructura ––material y sígnica–– que debamos hurgar la Verdad intrínseca en las obras con que Giancarlo Scaglia nos desafía ahora. Pedazos dislocados de la otrora isla penal de El Frontón, escenario de una de los masacres paradigmáticas que convulsionaron a nuestra República de Weimar Peruana (1980-1992).

Una huaca demasiado contemporánea, habitada tan sólo por la desolación. Marcada sin duda por el horror, pero más melancólicamente por el abandono, con sus arquitecturas explosionadas desmoronándose entre la humedad y las excretas aviares. Una isla guanera donde geografía e historia se abisman.
Reprimidas ambas, por censuras y autocensuras varias. Oscurecimientos ante los que cualquier construcción de sentido debe invertir sus términos. La pregunta basal no es ya lo que esas ruinas significan, sino cómo significar nosotros la ruina. Y cómo, en esa operación, la ruina misma nos resignifica.
Sin saberlo, la respuesta de Scaglia nos devuelve a ciertos orígenes críticos de la semiología en las elaboradas teorizaciones de Charles Sanders Peirce (1839 – 1914). Las distinciones incisivas entre lo que el signo ofrece como representación (lo Icónico) o incorpora como huella (lo Indiciario). Y su integración compleja a las convenciones generales de comunicación (lo Simbólico).
Es, así, una sofisticada operación lógica la que se agita en este accionar artístico de Scaglia. Tanto más incitante por no derivar de una voluntad analítica, sino de la intuición poética del sentido otro extraviado entre esos fragmentos y marcas. Y de cómo algún Saber o Verdad queda allí inscrito. Y encriptado.
Y descifrado: la interpretación es para Peirce un acto inserto en el hecho mismo de la significación, hasta el punto de incorporar al interpretante en la propia estructura del signo. Al seleccionar y desplazar los restos ahora expuestos, Scaglia convierte objetos inmediatos ––la inmediatez estática de esos objetos–– en objetos dinámicos: desencadenantes de una semiosis continua, una cadena de signos que nos envuelve a los espectadores también. Hasta transformarnos en interpretantes otros, de un Saber que era ya nuestro pero habíamos censurado.

La anamnesia platónica.

– II –

CONTEXTO

La Verdad contenida en esos restos y liberada en las obras es el recuerdo reprimido de todo lo sedimentado en ellas. Como materia y como historia. Al convertirse en uno de los escenarios privilegiados para las liturgias fundamentalistas de Sendero Luminoso, El Frontón acumuló testimonios esenciales de las transfiguraciones grotescas del imaginario comunista. En sus muros y espacios abiertos la ideología deviene teratología. Y ambas tórnanse alegorías póstumas al subyacer sus evidencias entre los escombros a los que esa cárcel fue reducida por la ultraviolencia del bombardeo con que el Estado aplastó el motín fanático ––suicida–– del 18 de junio de 1986. Una noche de guerra pura en la que tres marinos y más de cien presos perecieron, muchos de éstos ultimados después de su rendición, según los informes oficiales del Senado, primero, y luego de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

Los cadáveres de las víctimas fueron desaparecidos, pero quedan los impresionantes restos de esa cárcel mítica. Que son también los de nuestra república moderna hecha pedazos. Así supieron percibirlo artífices varios, que trabajaron la documentación periodística de esa tragedia casi desde el momento mismo de los hechos. Y en los últimos años desafiaron prohibiciones obsoletas al cruzar el estrecho marino para desembarcar su mirada propia entre las propias ruinas. Con resultados tan impactantes como las fotografías pioneras obtenidas por Gladys Alvarado Jourde en 2009.

Cierto umbral fue en ese momento atravesado. Un umbral geográfico, sin duda, incluso existencial. Pero sobre todo semiótico. El hiato que separa ––y a la vez vincula–– representación y presencia.

– III –

SUBTEXTO

O ausencia. Es en esa brecha ambigua que Scaglia redobla la apuesta, al definir la materialidad de su obra en los restos mismos, y ya no sólo en su representación o registro. Con la densidad adicional proporcionada por la experiencia vital que sustenta esa decisión artística.

Tras radicar su taller en la cárcel derruida, e incluso pernoctar intermitentemente en ella durante dos años, su producciónincluye algunos poderosos cuadros sombríos ––“marinas”––, pero sobre todo restos que él selecciona como esculturas fácticas o para instalaciones abstractas. También como matrices para la imprimación de esas superficies abaleadas en enormes papeles albos, mediante densos pigmentos negros. El negativo sobrecogedor de las perforaciones dejadas por la metralla en los muros del refectorio sobre cuyas mesas se alinearon a los presos para facilitar su fusilamiento.

Atención a las connotaciones además religiosas de los resultados plásticos. Así entintados, esos parapetos destacan ahora entre las ruinas como lápidas rotundas visibles desde el mar y desde el cielo. Y los grabados lúgubres se nos ofrecen como sudarios casi.

Sugerencias más intensas aún por desprenderse de un proceso de inscripciones antes que de configuraciones. Manifestaciones excepcionales de lo indiciario antes que de lo icónico. Pero con resultados perturbadoramente simbólicos.

Que el artífice ha sabido proyectar: Stellar es el nombre cósmico otorgado a estas piezas. Y Constelaciones es cómo denomina el dibujo virtual trazado sobre el piso de la galería por la distribución de los elementos extraídos de la isla. Plumas, huesos, latas retorcidas, escombros dinamitados de la arquitectura presidiaria. Como los disjecta membra de un astro o un ángel caído, cuya dispersión ordenada traza geometrías imaginarias, celestiales, acaso sublimes, con los restos trágicamente terrenos de nuestro pasado demasiado cercano.

País y paisaje, radicalmente entreverados. La ruina devuelta a la naturaleza. Y de allí reinserta en la historia.

Rota: otro trabajo consiste en los fragmentos del conmovedor escudo lítico que Scaglia rescata, hecho pedazos, en el entorno de lo que debió ser el asta o monumento fundacional del presidio, erigido sobre una escalinata de evocaciones quizá prehispánicas. Una pirámide, pero asimismo un pedestal, ahora sugestivamente vacío. Cuatro obeliscos menores lo rodean, y caída entre ellos el artífice recupera además la mutilada “primera piedra” que lleva incisos los nombres del Presidente Augusto B. Leguía y las autoridades correccionales durante la autodenominada “Patria Nueva”. Un régimen que en la década de 1920 intentó refundar la república mediante múltiples políticas de modernización, prolongadas hacia el sistema penitenciario mediante edificaciones como las de El Frontón.

Tras once años de euforia, ese proyecto político no sobreviviría a sus contradicciones, propias y ajenas. El Perú ingresó entonces, en 1930, a un periodo de brutales conflictos internos de alguna manera repercutidos en los desastres de la guerra incivil iniciada en 1980. La construcción y la destrucción de El Frontón marcan, así, los extremos y el reverso trágico del sueño de orden y progreso en nuestro Estado fallido.

Un subtexto maldito que la Política o la Ley reprime y entierra. Pero el arte exhuma. Como en la gnosis extrema de Scaglia. Una poiesis absoluta pero vulnerable, vulnerada. Poéticas no de la épica sino del resto, de la huella, de la incisión, del quiebre.

Todo lo indiciario que en su postmodernidad revela nuestra modernidad póstuma.

(CODA)

(Lo indiciario, ejemplificaba Peirce, abarca también la relación sígnica entre el asesino y la víctima).

* Texto publicado originalmente en español en el sitio web de la galería

Enlaces de interés

  • Presentación de la exposición en el sitio web de la galería
  • Presentación de Giancarlo Scaglia en el sitio web de la galería revolver