Beatriz González
El Palacio de Velázquez del Parque del Retiro acoge la primera monográfica que se ha organizado en Europa sobre Beatriz González (Bucaramanga, Colombia, 1938), pionera del arte pop y considerada como una de las artistas más importantes e influyentes del arte colombiano. La muestra ha sido coorganizada por el Reina Sofía junto con el CAPC musée d’art contemporain de Bordeaux, donde se pudo ver del 23 de noviembre de 2017 al 25 de febrero de 2018, y el KW Institute for Contemporary Art de Berlín, donde viajará tras su estancia aquí en Madrid. Representa un punto de inflexión en el reconocimiento de una artista que, aunque fue objeto de una enorme atención en Colombia y Latinoamérica desde las décadas de los 60 y 70, no se consagró internacionalmente hasta años después, por lo que permitirá también al público europeo reconstruir la evolución de la historia del arte en este continente y Latinoamérica en un contexto más amplio.
Cerca de 160 obras -pinturas, dibujos, láminas, esculturas e instalaciones-, realizadas entre 1965 y 2017, y gran cantidad de archivos prestados por distintos museos y colecciones particulares de todo el mundo, conforman la muestra. Beatriz González ha sido pionera en su país en materia de educación y mediación, especialmente con la introducción del concepto de museo como “plataforma de conocimientos” en el Museo de Arte Moderno de Bogotá durante los años sesenta, donde fue directora del departamento de educación. En paralelo a su larga carrera como artista, Beatriz González ha desarrollado también una amplia labor como crítica de arte y comisaria de exposiciones.
Con la organización de esta exposición, fruto del esfuerzo conjunto de tres instituciones de diferentes países que mantienen desde hace varios años una estrecha colaboración a muy diversos niveles, se quiere contribuir a profundizar en el conocimiento, contextualización y puesta en valor de la obra de una artista que ocupa un lugar central dentro del arte colombiano y latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX. En ella se propone una revisión global de la trayectoria de Beatriz González, aunque evitando una lectura meramente cronológica para incidir, más bien, en las conexiones y continuidades que existen entre las diferentes facetas y etapas de su trabajo, riguroso y poliédrico.
La obra de Beatriz González ocupa un lugar único dentro de la historia del arte latinoamericano, con un trabajo inspirado en los medios de masas en el que inserta un dialogo entre las narrativas populares y la pintura formal. González transforma obras de arte de carácter universal teniendo en cuenta el gusto popular y se apropia del trabajo fotográfico de las imágenes reproducidas en prensa a través del dibujo, la pintura, la gráfica y la escultura. La muestra revela la naturaleza radical y moderna de su obra: muebles, sus versiones multimedia de retratos sacados de las noticias que conectan el arte pop y la política y, por último, sus monumentales cortinas impresas con iconos universales, que son también una subversión de la historiografía artística clásica.
González siempre ha permanecido voluntariamente al margen de los gustos y modos de hacer arte en las corrientes de las grandes ciudades, un posicionamiento a la vez estético y político, poético y vital que queda sintetizado en su reivindicativa autodescripción de “pintora de provincia”. Partiendo de la premisa de que el “arte cuenta lo que la historia no puede contar”, cita anónima que, como explica la propia artista en una entrevista que se publica en el catálogo, suele utilizar muy a menudo, la obra de González se articula en torno a la cuestión de la memoria. Pero no recurre a la memoria como una coartada nostálgica, todo lo contrario, su trabajo está estrechamente ligado al presente. Hay en sus series gráficas y pictóricas, especialmente desde finales de la década de los 70, un deseo de dar testimonio de su tiempo, de confrontarse y confrontarnos a él. Y lo hace sin eludir, aunque también sin subrayar, la posición que frente a esta realidad ella —como artista, como historiadora, como comisaria, como ciudadana— ha decidido ocupar.
Beatriz González se ha convertido en una incisiva cronista de la historia reciente de Colombia, un país en el que las guerras y la violencia han formado parte de la vida cotidiana de sus ciudadanos. Lo que realmente busca su trabajo no es denunciar la violencia y la injusticia, sino hacer perceptible el dolor que éstas generan en la sociedad. De este modo, sin dejar de estar profundamente arraigado a un contexto histórico, cultural y geopolítico muy específico, su trabajo está ligado a la experiencia personal.
Cuando se analiza el trabajo de Beatriz González hay un elemento de carácter metodológico que ilustra la relación que la artista ha mantenido con ciertas manifestaciones expresivas ligadas a la cultura popular y con nociones claves en la historia de las ideas estéticas: a la hora de llevar a cabo sus series gráficas y pictóricas, González siempre parte de imágenes preexistentes que ha ido recopilando en un archivo que, además, ocupa un lugar destacado en la exposición.
Lo que le interesa de los recortes periodísticos que recopila, así como de las iconografías religiosas o de las postales y láminas con reproducciones decorativas de grandes obras maestras de la pintura universal que le servirán de base para otros trabajos, no es su contenido, sino su dimensión icónica. Esta imaginería popular, con su tosquedad técnica, con sus colores planos, ejercerá una influencia determinante en la configuración de su lenguaje visual, impulsándole a la búsqueda de una simplicidad formal que, de algún modo, culmina en las estilizadas siluetas de las lápidas de Auras anónimas (2009), la intervención que realizó en los columbarios del Cementerio Central de Bogotá.
Este ejercicio de reformulación crítica de estrategias iconográficas ligadas a la cultura popular se ensambla y complementa con su interés por lo doméstico, y aunque su presencia será constante en toda su trayectoria, quizás donde resulta más apreciable es en aquellas obras en las que, como soporte y/o marco de sus representaciones pictóricas, Beatriz González utiliza muebles y otros objetos de uso cotidiano.
Una interesante ramificación de esta vertiente de su producción son las piezas que lleva a cabo con telones y cortinas de plástico, en los que a menudo imprimirá sus variaciones y copias de obras maestras de la pintura universal. Copias elaboradas no a partir de las obras originales, sino de reproducciones que González encuentra durante sus interminables paseos por el centro y los mercadillos populares de Bogotá.
Un ejemplo paradigmático de esto sería Telón de la móvil y cambiante naturaleza (1973) en la que pinta sobre un telón de siete por doce metros una copia del cuadro Le déjeuner sur l’herbe [Almuerzo sobre la hierba, 1983], de Édouard Manet, que hizo a partir de una desvaída reproducción del mismo que encontró en la portada de una revista. Esta obra, con la que profundiza en su reflexión en torno a cómo las producciones artísticas y culturales occidentales son transformadas y recodificadas cuando llegan a un país del “tercer mundo”, fue la que Beatriz González presentó en la XXVIII Bienal de Venecia de 1978, año en el que Julio César Turbay llegó al poder en Colombia. Controvertido personaje, protagonizará una serie de dibujos y pinturas que suponen otro importante punto de inflexión en su trayectoria, pues a partir de ellos su trabajo comienza a tener una carga más política.
Comisaria: María Inés Rodríguez