El curso natural de las cosas

La Casa Encendida presenta El curso natural de las cosas, una exposición colectiva comisariada por Tania Pardo que reflexiona sobre los gestos más sencillos y contemplativos de la creación. La muestra parte del texto Yo trabajo como un hortelano [Je travaille comme un jardinier], de Yvon Taillandier, basado en sus conversaciones con Joan Miró y publicado por primera vez en la revista XXe siècle en 1959 en París. En él, el artista reincide en la sencillez con la que aborda su obra al compararse con un agricultor.

En la muestra pueden verse las obras de Elena Aitzkoa, Francis Alÿs, Polly Apfelbaum, Fernando Buenache, herman de vries, Fernando García, Irene Grau, Federico Guzmán, Milena Muzquiz, Nicolás Paris, Matthew Ronay, Karin Ruggaber, Adolfo Schlosser, Daniel Steegmann Mangrané y Betty Woodman.

El curso natural de las cosas hace un recorrido por obras que parten de la naturaleza, ya sea mediante formas orgánicas o construidas con elementos naturales. También reflexiona sobre el color y la forma que reside en el ecosistema.

Algunos de los artistas que componen esta muestra, como Adolfo Schlosser, herman de vries, Fernando García o Fernando Buenache, han sabido ver en la naturaleza cualidades estructurales para componer y construir unas obras de sutil belleza. Otros han encontrado en las formas orgánicas un culto hacia la regresión y lo natural como Matthew Ronay y Polly Apfelbaum. También el equilibrio geométrico y la experiencia vital relacionada con el medio físico pueden apreciarse en las obras de Daniel Steegmann Mangrané, Irene Grau, Federico Guzmán o Francis Alÿs. Asimismo, la artesanía ligada a la plasticidad está presente en la cerámica de Milena Muzquiz, Elena Aiztkoa y Betty Woodman, así como la combinación de elementos orgánicos con los que no los son, en los trabajos de Karin Ruggaber. Por último, la muestra presenta una reflexión sobre la capacidad de contemplación del paisaje en la obra de Nicolás Paris.

Esta muestra es un catálogo de gestos sencillos vinculados directamente a la creación artística y a la construcción de un relato de formas a través de elementos naturales.

Bajo una rotundidad expresiva concebida desde diferentes planteamientos, hay en todas estas obras algo de alegría estética, de gesto épico y de inocencia infantil que remite a disciplinas tradicionales y a cierto primitivismo que las enmarca en un espacio absoluto de libertad atemporal. También deja un lugar para hablar sobre lo más instintivo y primigenio relacionado con la propia creación ya que, a lo largo de la historia, el hombre ha tomado elementos de la naturaleza –tierra, agua o fuego– para conformar no solo su cotidianidad, sino también aquello a lo que dotó de un carácter mágico, espiritual o artístico. Para algunos creadores, este aspecto ancestral, emparentado con culturas primitivas, no es en modo alguno accidental, sino una aproximación consciente e intencionada al observar en ellas modelos de comportamientos tanto humanos como estéticos, cargados de cierto simbolismo emparentado con la antropología.

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